En la mañana del pasado miércoles, el papa Francisco recibió en audiencia al sacerdote y dominico peruano Gustavo Gutiérrez, considerado padre de la Teología de la Liberación por haber sido el primero en sistematizar las ideas de un movimiento latinoamericano con raíces en el Concilio Vaticano II (1962-1965), y en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968), es decir, dos fuentes totalmente ortodoxas. Gustavo Gutiérrez Merino (Lima, 1928, hijo de madre quechua y de un descendiente de españoles), publicó en 1971 el libro Teología de la Liberación, perspectivas, arranque de un tumultuoso y controvertido fenómeno que llevó al Vaticano a pronunciarse críticamente en 1984 y 1986 mediante instrucciones de Doctrina de la Fe, cuyo prefecto era el cardenal Ratzinger.

Sin embargo, la Teología de la Liberación adquiriría una enorme difusión y, más allá de ser timbre de progresismo, iba a ser motor de las iglesias latinoamericanas a la par que en Europa contaba con el respaldo de gran número de teólogos. Algunos de ellos expresaban que después de haber conocido directamente la pobreza y las injusticias de los países hispanoamericanos era imposible no pensar de esa manera. El creciente prestigio de Gustavo Gutiérrez, que nunca fue condenado por el Vaticano, le llevó a recibir hace ahora mismo diez años el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Y en el presente, 42 años después de aquel libro fundante, un papa ha recibido a Gustavo Gutiérrez. ¿Rehabilitación para la Iglesia de la Teología de la Liberación? Hay matices. La Santa Sede calificó el encuentro de privado y ni se anunció previamente ni se tomaron imágenes. Además, el único texto „oficioso„ que se difundió sobre la audiencia fue el de Radio Vaticano, y únicamente en francés. En dicho texto se explica que en fechas precedentes el diario de la Santa Sede, L´Osservatore Romano, había dedicado amplio espacio a la publicación en Italia del libro De parte de los pobres, Teología de la Liberación, Teología de la Iglesia, cuyos autores son el propio Gutiérrez y el arzobispo alemán Gerhard Ludwig Müller, actual prefecto de la Doctrina de la Fe.

Y ha sido Müller, según diversas fuentes, el que propició el encuentro con Francisco, ya que desde los años ochenta ha tratado regularmente en Perú con Gustavo Gutiérrez. Nombrado por Benedicto XVI en 2012, Müller es considerado en Alemania un teólogo conservador y, por contra, demasiado progresista para sectores conservadores y tradicionalistas. A Müller se le deben valoraciones como esta: «La Teología de la Liberación es irrenunciable, tanto a nivel regional, como para la comunidad teológica universal»; o esta otra: «La Teología de Gustavo Gutiérrez es ortodoxa y nos enseña el adecuado actuar cristiano». En consecuencia, Müller, hijo intelectual del Ratzinger que en su día trató de ahormar la Teología de la Liberación, condujo a su fundador, Gustavo Gutiérrez, a encontrarse con el papa Bergoglio, en cuyo pasado, no obstante, hay suficientes declaraciones preventivas hacia dicha teología. ¿Qué es lo que está cambiando? De las mismas circunstancias de la referida audiencia, y de que la Santa Sede le dedicara un perfil bajo „pues existe el temor del Vaticano a escandalizar a sectores del catolicismo„ se deduce que el momento actual es de un sí, pero no, o de un no, pero sí.

De hecho, esa ha sido siempre la postura del Vaticano sobre dicha teología, aun cuando fueran condenados representantes suyos, como Leonardo Boff. Pero valgan algunos apuntes para examinar dicho no, pero sí. En marzo de 1984, la revista Vida nueva obtenía la filtración del texto preparatorio de la que iba a ser la primera Instrucción de Ratzinger. Este era el meollo: «La Teología de la Liberación constituye un peligro fundamental para la fe de la Iglesia, porque se trata de una nueva forma de comprensión global y de realización del cristianismo en su totalidad, y que por esto cambia todas las formas de la vida de la Iglesia, su constitución jerárquica y sacerdotal, la liturgia, la catequesis, las opciones morales. Se trata de una nueva interpretación del cristianismo cuya gravedad no se valora suficientemente porque no entra en ninguno de los esquemas tradicionales de herejía». Es interesante resaltar que Ratzinger distingue entre que la Teología de la Liberación no es una herejía clásica „de hecho, no suele entrar en cuestiones dogmáticas y, además, todas las herejías ya están inventadas„ y, sin embargo, su óptica podría modificar la estructura y la acción de la Iglesia.

En 1984 se hace pública la primera Instrucción y en 1986 la segunda. ¿Por qué dos sobre la misma materia? La primera de ellas es francamente más dura, mientras que la segunda suaviza las críticas. Las ideas de Ratzinger evolucionan de la una a la otra y por el medio se produce un hecho significativo. En 1985 los obispos peruanos son convocados a Roma y Ratzinger les expone que la posible condena de Gutiérrez es una cuestión que ha de abordar su Conferencia Episcopal. Pero la respuesta, aun de los mitrados conservadores, fue que no podían condenar a un hermano comprometido con los pobres.

¿Que planteaba, a grandes rasgos, la Teología de la Liberación? Al igual que Europa elaboraba su teología bajo las preguntas de ¿cómo seguir siendo cristiano en un mundo moderno, racional, democrático...?, o ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz?, en Iberoamérica la pregunta era: ¿cómo predicar a Dios en un mundo que es sistemáticamente injusto? Más que un sistema teológico acabado „ya en 1989 el filósofo Gustavo Bueno, «ateo católico», criticó la Teología de la Liberación con gran agudeza en su libro Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión„ dicha teología presentaba un método de reflexión, de acción y de autocrítica de la Iglesia situándose en el lugar teológico de los pobres.

Las críticas del Vaticano se centraban en dos puntos: el uso del marxismo para interpretar la realidad, y que las comunidades de base que se extendían por Iberoamérica se desentendieran de la jerarquía católica. Al primer punto, el jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado en 1989 y que en su sobriedad nunca se autodenominó «teólogo de la liberación», solía responder que también santo Tomas de Aquino había incorporado a su sistema teológico a Aristóteles, y no lo había hecho acríticamente.

Otro problema añadido era la opción violenta de católicos que se incorporaban a las guerrillas y a la lucha armada. Ya en 1979, al poco de llegar a la Sede de Pedro. Juan Pablo II expresó que «una concepción de Cristo como político, revolucionario, como el subversivo de Nazaret, no corresponde a la catequesis de la Iglesia». Pero en 1986, justo después de la segunda Instrucción de Ratzinger, más benévola, el mismo papa se dirigía al episcopado brasileño y afirmaba: «La Teología de la Liberación es conveniente y necesaria». Otro ejemplo del no, pero sí.

En el presente, con el papa Francisco y sus constantes mensajes sobre una «Iglesia pobre y de los pobres», y sobre que «las estructuras de la Iglesia pueden cambiar», la Teología de la Liberación, aunque Bergoglio no la nombre ni se fotografíe con su fundador, parece imparable.