Hay fiestas que no podré olvidar. Aquella en la que Isabel Claver me llevó a un huerto en Corbera, y nos vestimos todos de hippie, hasta mi primo Pepe Franco, que vivía enfrente del Moulin Rouge y en la casa de la mamá de Lumidla Cherina.

La más reciente, la de Esther Viegler, que fue bailarina de ballet (me tiene enamorado una foto suya con tutú). Sus amigas son glamurosas. Carlos es bailarín de salsa. Ita tiene un marido muy amable, y el colombiano Senso, con ojos claros, habla con acento italiano (el abuelo era de Capri). Esther con vestido de cóctel verde esmeralda de tirantes de lamé y zapatos de tacón de aguja a juego. «Unforgetable».

La que me dio Alonso de Velasco en su riad de Marrakech, el 24 de octubre de 1985, y en Vila Rosa, donde coincidimos con Robert de Niro, Martin Scorsese, Dany Defoe (Cristo) y Maria Magdalena (Barbara Hershey), a quien vi hace poco en un filme de Konchalovski y casi me desmayo.

La que dio Lorenzo Magnani, en Vila Rossi, hace poco, con todos los dealers, coleccionistas y directores de museos y galerías de arte, él la tiene en Londres y a los 18 años heredó por aquel entonces mil millones (de pesetas). O la que yo di, modestamente allí, años ha. Y la que dio en mi honor Mimi Demisi en su penhouse de Atenas... Salí con Stratos Tzortzoglou, actor y productor de Ulysses´s look.

O a la que fuimos Mónica Molina, Carlos Saura y su tercera esposa, y en eso llegó la polaca Katarzina Figura. A ella, protagonista de Train to Hollywood, Kazan le dijo «déjelo todo y véngase» (eso en Estambul). Todo en el Sheraton, que inauguraron Verdi y Eugenia de Montijo.

La que mi amiga Melinda Ruspoli „entonces casada con el conde de Chinchón y duque de Sueca„ le organizó a Karl Lagerlfed en el MEAC de Madrid. Ahí nació nuestra amistad y mi privilegio de tener cosas diseñadas en exclusiva. De nada.

La que di yo con Claire Gallais, Mayren Girona, Concha Luján, Isabel Santos, Carmen Lezcano y David Cortés, en mi casa en Landerer. Vicenta Marco me regaló un chaleco gris plata.

La que dio Guillermo Caballero en honor de Ripollés, en el Hotel Europa de Amsterdam, a la que fui con André Khun, hijo del mayor coleccionista de Picasso, y la condesa Ellen van der Steur me dio las llaves de su apartamento.

La que dieron a Rudolf Nureyev en Pachá de Benidorm y asistí con Mr. Valencia. Consuelo Borso me acogió en Xàbia. Pagué los platos rotos y dejé atrás tres capítulos de una.

La de la sala Escalante, en la terraza. Cenamos en el Metropol. Dirán que no había marcha con Rodolf Sirera. Ahora da vergüenza, el cabaret del Rialto de almacén. He bailado mucho. En La Bruja al son de My sweet Lord. Hasta con María José Goyanes, que lleva mi cadena de oro, sin regalársela.