Dicen que es de sabios rectificar y también que la Justicia es ciega. De los dos axiomas populares, la jueza que investigó el accidente del metro que catapultó a Valencia a los primeros puestos de la vergonzosa lista de los peores siniestros ferroviarios parece querer cumplir sólo con el segundo. La cuestión de fondo es el porqué. Y no parece, a tenor de las expresiones y calificativos que emplea su señoria, la titular del Juzgado de Instrucción número 21 de Valencia, que se trate de esa deseada ceguera que no distingue de clases sociales ni ideologías a la hora de impartir Justicia (con mayúsculas). Lo que podía haber sido (aún puede serlo si la Audiencia le enmienda la plana en el recurso, como ha ocurrido con otros jueces obstinados en sus tesis „Terra Mítica, sin ir más lejos„) una segunda oportunidad para aclarar los demasiados interrogantes que aún ensucian (¡¡¡Siete años después!!!) el recuerdo de aquella tragedia y colocar a FGV en su sitio, como mínimo por ocultar información, le ha servido a la instructora para, en seis folios, justificar con ímpetu sus autos de entonces y no bajarse de la acémila. Claro, que, ¿cómo periodistas y fiscales osan ver algo que ella no hubiera visto ya?