Las cajas asociadas al cooperativismo agrario han sufrido en los últimos años las consecuencias de su atomización y el escaso peso de su cuenta de resultados. Salvo casos muy concretos, siempre les faltó músculo. Depender de estructuras de poder y gestión poco profesionalizadas permitía ganar clientela en mercados muy pequeños, donde la amistad y la confianza son vitales para entablar negocios y administrar el ahorro, pero la debilidad del sector agrario y la competencia con la gran banca acabaron por quitar fortaleza a esas cajas hasta que la tentación de sumarse al aquelarre de la especulación inmobiliaria acabó por desestabilizarlas. La única salida para muchas de ellas era la fusión. Primero se agruparon bajo el paraguas de Ruralcaja y, con posterioridad, llegó la absorción por parte de Cajamar. Ahora llega la tercera integración, que supone un salto cualitativo: la creación del Banco de Crédito Cooperativo, un ambicioso proyecto que aspira a emular al Crédit Agricole francés o al Rabobank holandés para mejorar el servicio que se presta a los labradores y abrirse a otros nichos del mercado financiero.

La fórmula puede servir a poco que la política expansiva del nuevo grupo sea cautelosa y progresiva. Y se trata de una buena solución para las cajas rurales valencianas, ya que cada socio mantendrá su independencia y no se convertirá en un banco, aspecto que puede relajar las suspicacias de sus clientes tradicionales. Lo importante es sumar esfuerzos con las nuevas incorporaciones. Y ganar potencia.