El grave problema al que nos enfrentamos no es exactamente la suma de los gastos imprescindibles (carburantes, agua, luz, matrículas universitarias o impuestos) ni la subida de las medicinas que quedan en la Seguridad Social, ni tan siquiera el deterioro ostensible de la sanidad pública. El gran drama de los ciudadanos corrientes es que ha sonado entre los poderosos un tremendo: «¡ Sálvese quien pueda!». Millones de trabajadores perdieron su empleo en una criba selectiva. Ancianos, jóvenes y mujeres, primero. Políticos y otros gerifaltes, los últimos. Entre unos y otros se ha ido deteriorando la función pública, mediante los recortes en salarios, la reducción de recursos y la desmotivación que acompaña a la congelación en la habilitación de plazas.

A raíz de la depresión económica, las familias de este país han pasado de un estado de paz a una economía de guerra. Primero se recortó el gasto en bienes de consumo superfluo, después se aunaron las rentas „todos para uno y uno para todos„ y finalmente se ha identificado al enemigo. Como rige en la ley de la selva, para que sobrevivan los detentadores de poder han de ir cayendo los pobres diablos. Como decía el cantante Tom Paxton, «cuando los príncipes coinciden, los pobres pequeños hombres deben temblar».

Si bien el capital inyectado a las entidades financieras asciende, por el momento, a la espeluznante cantidad de 61.366 millones de euros, el total de las ayudas financieras con la protección de activos, el banco malo, líneas de liquidez y avales se sitúa en la astronómica suma de 167.460 millones de euros, y sobrepasa ampliamente el rescate ofrecido por la Unión Europea, que la gente decente estamos pagando con sangre.

La rebaja de las pensiones, anunciada hace unos días por la beatífica ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, es una estafa a la sociedad española. Es la continuación de un atraco al poder adquisitivo de los pensionistas que es injusto e innecesario. Parte del falso escenario de que en el futuro no se podría pagar a todos los jubilados. La realidad, con las modificaciones introducidas, es que en unos años va a ser imposible acceder a una pensión. Con un mínimo del 26 % de paro, con un número desmedido de mayores de 45 años que no volverán a incorporarse al mercado de trabajo y con unos jóvenes que cada día tardan más en encontrar un empleo decente que cotice en la Seguridad Social, los pensionistas actuales tienen su porvenir asegurado, si no se echa mano al saco de los fondos de la Seguridad Social, para otras cosas indecentes e innombrables. Subir un 0,25 % significa una rebaja real del 1,75 %.

Como ejemplo de despropósito y desvarío están las megalómanas construcciones que proliferan por el solar español y los estériles 8.500 millones de euros que han costado las tres tentativas para conseguir que los juegos olímpicos se celebren en la ciudad de Madrid. A los que hay que añadir los 25 millones que ha costado hacer el ridículo en Buenos Aires la semana pasada, con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, al frente. De los cuales, 11 millones los pone el Ayuntamiento de Ana Botella y los 14 restantes diversos patrocinadores. ¿A cambio de qué?

Para que unos sobrevivan, otros han de sucumbir. Si hay algo patético es la figura del exministro de Trabajo socialista, Joaquín Almunia, investido con los oropeles de comisario europeo de la Competencia, exigiendo que se exprima todavía más a los ciudadanos y contribuyentes españoles. ¿Por qué no va con esas monsergas al presidente francés François Hollande, que le ha dicho a la Comisión Europea que se meta en sus cosas, que haga bien sus deberes y que se preocupe por la cohesión de los Estados miembro de la Unión Europea, que está al borde de desmembrarse.

El hándicap español es que estamos en pleno maremoto de descrédito. Gobernados totalitariamente por unos partidos políticos mínimamente democráticos que confunden las mayorías absolutas con el poder absoluto, adobado con abundantes dosis de corrupción. Las crisis no son nuevas. Sabemos porque se han encargado de recordarnos que las rentas en España se han devaluado en un 30 % y esto quiere decir que disponemos de sólo dos tercios de la riqueza que teníamos. Y esto sobre el papel, porque habría que ver como explica el frívolo ministro de Economía, Luis de Guindos, sus ensueños de bonanza a los millones de españoles que están sufriendo en sus carnes, con denodada crudeza, los efectos de sus desvaríos.

Guizot, ministro francés del Interior del siglo XIX, con cierto grado de cinismo, alentaba a sus compatriotas, en otro marco de progreso, para que se enriquecieran. «Enrichissez-vous», recomendaba el descarado político. Ahora o es más difícil pasar hambre o la gente está más dispuesta a conformarse. En la actualidad las cosas ocurren de forma diferente y las consignas de moda han cambiado. Predomina el «apauvrissez-vous», es decir ¡empobrecéos¡ y la gente se resigna. Será mejor así.