La negativa del Museo de Historia de Barcelona a permitir el rodaje en el Palacio del Tinell de escenas para un capítulo de la serie Isabel, de TVE, es algo peor que un arbitrismo, e incluso que una estupidez: es un síntoma, pues las invocaciones al rigor histórico apestan a excusa. Peor aún si no hay, como se dice, razones políticas. La política se enmienda, se rectifica, se desdice, es un fusible, está para eso. Lo malo es cuando las malas querencias invaden la conciencia de gentes que, supuestamente, no se meten en política y recluyen su pasión en la historia, el arte o la cultura.

Nadie toma una decisión semejante, en su campo estricto de responsabilidad, sin la percepción de estar en sintonía con una mentalidad más o menos dominante en el estamento cultural y cívico del que forma parte. ¿Una anécdota? En sus primeros compases las peores desfiguraciones del nacionalismo están llenas de ellas.