Del mismo modo que uno puede enamorarse de la chica del tiempo o de la locutora del Telediario, a mi me gustó Angela Merkel desde el primer día. Ya me pasó con el gigante Helmut Khol, que también era conservador y que solía abrazar al césar Felipe „que es buen mozo„como si protegiera a su polluelo de los ataques del lobo. Sí, hay unas afinidades electivas, una atracción entre opuestos que une a nuestra península y a la poderosa gravitación germana y tal vez sea la convicción compartida de que sólo hay un modo de ser humano: ser sobrehumano.

Pero una cosa es Angie y otra su política, que es zarrapastrosa. Vaya por delante lo que casi nadie suele decir y, menos aún, subrayar: que no ha ganado la derecha porque la CDU suma menos escaños que Verdes, SPD y La Izquierda. En cambio, el éxito personal de Merkel es apabullante, un plebiscito, y ahí está ella de nuevo con sus andares de pato resuelto, su media melenita de señora alemana camino del súper, su sonrisa fija. Tampoco se suele decir pero Angie sonríe de verdad, no amenaza ni es malcarada y „ahí donde la ven„ tiene un denso carné de baile y lo mismo se embarca en una Gran Coalición que cierra las plantas nucleares porque, tras Chernóbil y Fukushima, sabemos que tienen unos riesgos inaceptables, Merkel es física.

Pobre Europa que sólo parece admitir gobiernos de derecha o gobiernos socialdemócratas queaplican el programa de la derecha. Su grado de parálisis se observa al comprobar que ha sido incapaz de imponerse a los británicos e incluir sus islas del Canal en la lista de paraísos fiscales. Creo que Bruselas debería mostrar con Londres la misma actitud que Cameron con los escoceses: ¿Os queréis ir? Venga, poned fecha. Eso les desconcertaría: la high class británica entiende el refinamiento como el esfuerzo denodado y calmo por resultar desagradable. Porque Europa no es una tradición cultural o religiosa, sino un espacio de derechos y obligaciones. O eso o se convertirá en lo que ya es físicamente: una prolongación de Asia.