Todo corre hoy en día por Internet. En otros tiempos las convocatorias del valencianismo tricolor se hacían por teléfono. Si no estabas en casa a la hora de comer no te enterabas donde era la «perfomance» o arenga de Paco Domingo, González Lizondo o Giner Boira. Enfrente estaban los enemigos perfectos, como en el mejor folletín decimonónico. Joan Fuster era el malévolo Fu-Manchú de Sueca, inventor de toda la trama. Sanchis Guarner, el científico comprado que ayudaba al suecano en su plan maldito. Por último Sanchis Guarner le ponía lirismo a la apocalíptica traición. En un mundo de buenos y malos absolutos es más simple vivir.

Ahora han pasado los años y todos, y todo, han muerto. Ni siquiera quedan masas para jalear los intentos de reconstitución bélica. Los nuevogeneracionistas salen a defender la Senyera sujetándola por el culo, curiosa metáfora de la ignorancia supina del entramado. Necesitamos «enemigos» oficiales en quien verter las frustraciones colectivas, y a alguien se le ha ocurrido que puede ser Pep «el Botifarra» el nuevo «Swintus el hombre diabólico» que sustituya a aquellos «malos» tan carismáticos.

Qué desgracia de país tenemos. Quien haya iniciado una campaña contra el «Botifarra» no lo ha oído cantar en su vida, Ahora da conciertos arropado por bandas y orquestas. Yo lo he conocido en su propia salsa, entonando las «albaes» de la Fira de Xativa o en ese modesto pero extraordinario festival folclórico que se monta cada primero de mayo en la ermita de Sant Anna de la Llosa.

Acusar al «Botifarra» de «catalanista» es una barbaridad tan gorda que hay que salir y refusarla inmediatamente. Escuché una acertada frase a Sanchis Guarner en la Universitat (porque yo iba a las conferencias de todos los colores, con el ánimo de elaborar mi propio criterio): «Nos llaman catalanistas porque no pueden llamarnos caníbales». En este caso sería más fácil acusar al «Botifarra» de caníbal, por su propio apodo.

Enrique Ginés suele decir que para ser un buen cantante no hay que saber cantar, sino encantar. Pep «el Botifarra» es uno de esos fenómenos. Ni tiene buena voz, ni tiene formación académica. Pero cuando se pone a cantar transmite tantas cosas que la sensación es inefable. ¡Normal que en Cataluña se lo rifen y le inviten constantemente a cantar! ¡Normal que él vaya, pues aquí no estamos precisamente por la labor de promocionar las actuaciones folclóricas! Antxon Monforte, de Mon orxata me cuenta que no paran de enviarle amenazas de bomba contra su nave de Alboraya por mantener la «x» normativa. Otro caso parecido. Aparte de haber recuperado el clásico carrito del helado para la horchata, Antxón ha inventado el «chufa-mix» para fabricar este refresco en casa. Con su aparato e ingenio, está inundando Europa de horchata. Acaba de venir de Alemania y ya se va para Italia. En todas partes se quedan con la boca abierta al conocer este tubérculo autóctono. Su papel es similar al que hicieron los horchateros que se trasladaron a Madrid y Barcelona a expandir su mercado.

Resulta que por una «x» díscola también es acusado por los ignorantes. Tanto Pep com Antxon exportan productos valencianos completamente arraigados en la tradición más indiscutible. Sin personajes como ellos estaríamos oyendo las músicas impuestas por las multinacionales pertinentes y bebiendo las colas gaseadas llenas de calorías vacías. Bueno, esto lo hacemos y lo hacen en todo el mundo. Pero lo bonito, lo diferente y lo emotivo es que nosotros, aparte de la globalización que a todos nos ahoga, tenemos coplas musicales propia y horchata de chufa.

Detalles como estos son los que nos pueden hacer más felices. Los ataques, las acusaciones infundadas y las «escupinyades» paletas, eso sólo sirve para amargarnos la vida. Oigamos al «Botifarra» y bebamos horchata. Fin de la cita.