En el mes de septiembre han pasado muchas cosas en el terreno político y se ha calentado el ambiente más de lo normal, especialmente en Cataluña. Mientras unos miran con esperanza una independencia próxima, otros recelan mucho de que esta independencia va a suponer rupturas en la convivencia hasta ahora ejemplar en Cataluña y más crisis económica.

Los dos presidentes, el catalán y el español, Artur Mas y Mariano Rajoy, respectivamente, se han intercambiado cartas en las que el segundo deja una puerta abierta a la consulta por el dret a decidir, que equivale al derecho a decidir la independencia de Cataluña con respecto a España. Los dos presidentes hablan de dialogar dentro del marco legal oportuno, que para Rajoy es uno „la Constitución y las leyes en vigor„ y para Mas otro, haciendo ingeniería jurídica. En realidad, y eliminando eufemismos verbales, de lo que se trata es de que Cataluña pueda celebrar un referéndum sobre su independencia, dándole un ropaje de legalidad.

Al respecto, conviene decir lo que han dicho muchos: que Rajoy ha movido pieza tarde y ha dejado crecer el movimiento independentista sin que nada hiciera para evitarlo, como por ejemplo no entender que un cambio de financiación como pedía CiU hubiera apaciguado los ánimos. Además, el Gobierno no fue capaz de detectar el movimiento que se extendía entre las clases medias catalanas a favor del independentismo, con el eslogan de que «Madrid nos roba», consecuencia de no resolver lo anterior.

Decía un político nacionalista catalán y conseller, Santi Vila, que el independentismo catalán vive una especie de «adolescencia», y además festiva, pensando que la independencia se consigue con una mayoría de votos „aunque sea exigua„ y de hoy para mañana, o para el año próximo, que ya queda poco. Esto es de una ingenuidad típica de la adolescencia. Los procesos independentistas duran bastante tiempo y tienen normalmente un coste humano y económico. Y más si se trata de dividir un Estado de la Unión Europea, a no ser que haya una voluntad manifiesta de las dos partes en llevar a cabo el proceso de secesión. Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de la Competencia, ha dicho que Cataluña quedaría fuera de la UE en caso de alcanzar la independencia. El presidente de la Comisión, Durao Barroso, ha dicho recientemente que es difícil gobernar Europa con tantos Estados y tan diversos.

Artur Mas dice que quiere la consulta en 2014, aunque mucho me temo que esta postura habrá de flexibilizarla si admite el diálogo con Rajoy, que no quiere poner fechas al diálogo abierto. En el calendario hay dos citas electorales próximas: las elecciones europeas en junio próximo, y elecciones municipales y autonómicas, además de las generales, para el 2015.

Por otro lado, los gobiernos de Madrid y de Barcelona no son unánimes a la hora de plantear soluciones al problema catalán. Hay voces discrepantes. No es lo mismo lo que dice Rajoy en su carta que lo que dijo la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, ni lo que dijo el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, calificado de «traidor» por el diario ABC de Madrid. El gobierno catalán tampoco es unánime y se observan distintas sensibilidades y diferencias entre Artur Mas y su portavoz, Francesc Homs, y el conseller de Cultura, Ferran Mascarell, que calificó a España como una «anomalía histórica», o el conseller de Agricultura, Josep Maria Pelegrí, de Unió Democràtica. Nos encontramos por lo tanto ante un diálogo complejo.

Admitamos que se hace una consulta sobre la independencia de Cataluña. Gane quien gane, si lo hace con un margen estrecho (cincuenta y muy pocos por ciento), la división está servida y nadie es capaz de saber a dónde nos puede conducir esta división. Cuando en 1973 cayó Salvador Allende en Chile, el líder comunista italiano, Enrico Berlinguer, tomó cuidadosa nota para decir que el comunismo no llegaría a gobernar Italia si sacaba sólo un cincuenta y muy pocos por ciento de los votos. Fue cuando abrió la vía del «compromiso histórico», es decir del pacto con el partido mayoritario, la Democracia Cristiana, su principal enemigo político hasta entonces. Vio que en Italia sería difícil gobernar, si no imposible, con una fortísima minoría en contra.

Todo esto son datos. Hay muchos más, como el hecho de que la grandísima mayoría de los estados europeos y no europeos, consideran el problema catalán, al igual que el vasco, como un asunto interno de España, y que se tiene que resolver en un acuerdo entre las partes. Los vascos llevan casi 50 años pidiendo la independencia, con un enorme coste en vidas humanas incluso, y no han conseguido otra cosa que una fuerte autonomía en tema económico, y allí las mayorías independentistas son mayores que las que refleja el Parlament catalán.

Podríamos llegar a una conclusión que parece que tiene un encaje claro dentro de la lógica política e histórica. Cataluña sólo podrá obtener la independencia con un acuerdo con España y con un acuerdo con Europa. La independencia de Cataluña no se puede entender en contra de España y en contra de Europa. Y tal como están ahora las cosas, no parece nada fácil conseguir ambos consensos en estos momentos.