Algunas ofertas de empleo las carga el diablo: «Se necesita licenciado en Empresariales para repartir bollería». Uno no sabe si reír o llorar, pues en un anuncio así la balanza oscila entre la guasa y el drama. ¿Qué culpa tiene uno de tropezar con esta realidad cachondamente trágica? Ahora resulta que uno estudia Empresariales para repartir madalenas. En no menos tragicómica se convierte la escena en donde la psicóloga orienta a los futuros universitarios: «Estudiar Empresariales os abre puertas laborales como el reparto de cruasanes». A este paso, ¿qué vendrá después? Quién sabe: se ofrece trabajo de aceitunero para Máster en Filosofía. Imprescindible B2 y Diploma en calceta. Si esto es serio, ¡Viva la cachondez!

Ante semejante sandez lamento vivir despierto. ¡Viva el sueño! (Y la madre que lo parió). A mí me da que el guión de la vida corre a cargo de un tío guasón. El anuncio de marras concreta datos jocosos: «Necesitamos gente que esté dispuesta a comenzar su jornada laboral de madrugada (4:00) ya que el producto debe llegar a primera hora a los establecimientos». O en castellano raso: rómpase los cuernos en la universidad, pues luego el mundo dignificará su existencia como honorable repartidor de napolitanas de chocolate; y no se apure, madrugará tanto que ignorará si su horario es diurno o nocturno. Lo dicho: si la realidad se desnuda de esa manera, cargada de tanta desfachatez, tanta miseria humana, tanta inmundicia€ ¿A santo de qué la dignidad laboral? ¡Viva la esclavitud!

Ahora, asómbrense: 600 personas de todo el país se han inscrito para conseguir esta oferta de empleo en Murcia. Y lo que es por: ¡la ministra de Empleo no dimite! Uno lee este anuncio que ignoramos si es de risa o drama, ficticio o real, civilizado o bárbaro, ¿y se presenta, sin más? ¿Acaso se asegura al menos un sueldo digno? ¡A saber lo que dice la letra pequeña! ¡Bastante significativa es la grande, Dios mío! ¿Estamos todos locos? ¿Ha muerto el sentido común? ¿Dónde anda la lógica mundana? Si ésta es la realidad de mi humanidad, la existencia que perciben mis resignados congéneres, permítanme al menos que grite enloquecido: ¡Viva la ficción!