He venido leyendo, un poco en todas partes, que los gobiernos de EE UU y de Rusia se han puesto de acuerdo para llevar a los combatientes de la guerra civil siria, si no a la paz, objetivo que hoy parece inalcanzable, al menos, al desarme. O a un cierto desarme. El objetivo mínimo sería que el gobierno sirio entregara las armas químicas que posee. Sin embargo, tras más de cien mil muertos y cinco millones de refugiados, son muchos los que piensan que el desarme no debería quedarse sólo en eso.

Evidentemente un alto al fuego implica un desarme. Y la perspectiva de un desarme impulsado y, quizá, controlado, directa o indirectamente, por los gobiernos norteamericano y ruso plantea un curioso interrogante jurídico y moral. Y es que, si es tan amplio como realmente se necesita, es probable que tenga que incluir armas fabricadas en Rusia o en Estados Unidos. ¿Implicaría la devolución de las armas la devolución del dinero pagado por ellas? Pacta sunt servanda y la seguridad jurídica (una condición que Adam Smith, el fundador de la doctrina económica liberal, consideraba indispensable para la prosperidad de las naciones) exigiría, en principio, una tal devolución ¿Y quién estaría obligado a devolver el dinero? ¿Los fabricantes que en su día vendieron las armas y las cobraron? Aun en el caso de que recobraran las armas vendidas, eso supondría menguar de modo retroactivo sus cifras de ventas, y por tanto sus beneficios y la cotización de sus acciones en bolsa. Una especie de expropiación por la que, en nombre del mismo principio de seguridad jurídica y según la misma lógica económica liberal, tendrían que ser indemnizados. Otra alternativa, quizá más realista, sería que las compras se dieran por buenas, los fabricantes se quedaran con el dinero cobrado, y la devolución del precio a los compradores corriera directamente por cuenta de los gobiernos que autorizaron la exportación. Sólo quisiera hacer notar que en ambos casos el desarme supondría el uso de dinero público procedente, en principio de los Estados que lo promuevan y quizá de otros.

Por otra parte, llegados a este punto, cabe preguntar si esta manera de usar dinero público no llevará, en teoría al menos, a que aparezca en el mercado de armas una burbuja parecida a las que se han venido produciendo en otros sectores de la economía. Entiendo por burbuja una situación que hace que se produzcan bienes de un cierto tipo (pisos, como por ejemplo en España en los últimos años, o armas, como está ocurriendo un poco en todo el mundo) en una cantidad superior a la que la que los eventuales compradores pueden usar. Exigir que los compradores de un producto lo devuelvan antes de usarlo parece, en efecto, una manera muy directa de llegar a una situación propicia para las burbujas. Con la especificidad, en este caso, de que las armas „tanto si se trata del gas sarín, como si se trata de un helicóptero Apache o de un vulgar kaláshnikov„ se usan matando personas. Se fabrican para eso. Y es, evidentemente, preferible que no se usen. Tendríamos así una burbuja económica inherente al sector, blindada, por así decirlo, por una motivación moral inexpugnable. ¿No hay ningún inversor „me refiero a los que suelen beneficiarse de las burbujas„ a quien le llame la atención esta oportunidad?

¿Estoy desvariando? Probablemente sí. He de confesar que tengo una gran ignorancia en estas materias. Como casi todo el mundo, imagino. ¿Cuántos lectores de este periódico saben qué armas se fabrican en España, quién las fabrica, a quién se venden, dónde van a parar, a quién matan y a quién le producen dividendos? Pero no creo que sea necesario saber mucho de estas cosas para darse cuenta de la monstruosa inmoralidad que supone la existencia de un tráfico internacional de armas regido por la lógica de la economía liberal de mercado.

Se me ocurre todo esto porque estuve hace poco en Berlín. La ciudad estaba inundada de propaganda electoral y me llamó la atención un slogan de Die Linke (La Izquierda, un partido que tiene algunos rasgos en común con nuestra Izquierda Unida, aunque incluye también a bastantes socialdemócratas de izquierdas, como Oskar Lafontaine por ejemplo): «Prohibir la exportación de armas».

¿Utópico? ¿Por qué? ¿No está prohibido el tráfico de drogas? Esta propuesta es mucho más modesta ya que se refiere sólo a la exportación. ¿Y no será más fácil impedir que pase clandestinamente la frontera un tanque que un alijo de cocaína? Brindo la idea a nuestros partidos de izquierdas. Al PSOE con mención especial. Si, a estas alturas, no es capaz de darse cuenta de que ha llegado la hora de volver a distinguir entre gatos blancos y gatos negros (volver a los principios morales, vaya) es que no tiene remedio.