La economía debe de haber experimentado una chispita de animación, un ligero despuntar, porque la gente vuelve al dentista, según mis últimas percepciones. Es lo que tiene el dinero, que se cansa enseguida de la vida monacal y se pone a fornicar y reproducirse a calzón quitado: sólo el dinero odia los métodos anticonceptivos más que monseñor Rouco. Parece que el régimen espera que el retorno de las alegrías en el gasto „aún muy lejanas„ induzca en el lábil y desmemoriado elector la conciencia de que, a fin de cuentas, no estamos tan mal y que la vida es corta. Corta y con tendencia a la inmovilidad.

El último artículo de Josep Ramoneda trasmitía un educado lamento por el inmóvil tancredismo del régimen al que parece darle igual un proceso soberanista en Cataluña, el vaciado de las cajas „por pocos„ y su rellenado, por todos, y la electricidad más cara de Europa: en tiempos revueltos, no hacer mudanza, consejo jesuita, pero el jesuita principal parece que sí quiere hacerla, allá en el Vaticano. Así que uno lee, perplejo, que la graciosa donación de fondos públicos al yerno crisófilo de Su Majestad, por la alcaldesa Rita y Nuestro Amado Líder, puede contener alguna irregularidad, pero no indicios suficientes de delito. Como yo soy profano en el foro, me pregunto si no sería mejor un debate jurídico para aclarar la insuficiencia de los indicios o para pedirle a Rita que me devuelva el rosario de mi madre.

Y lo mismo el rechazo a la reapertura del caso del accidente de metro del 3 de julio: «No hay novedades». Otra vez mi ignorancia: no sé qué trascendencia jurídica tendrá que se haya sabido que a los vagones se les caían los vidrios o que hubo accidentes previos ocultados o que los técnicos fueron aleccionados antes de comparecer en sede parlamentaria y, en fin, la cosa comparativa de que en el accidente de Angrois sí hay imputación de los responsables de la seguridad. A Bea Garrote y a la Asociación de Víctimas los han hecho Importantes de Levante-EMV, un gesto cívico que fluidifica un poco el panorama coagulado.