El que sean designados cargos que en la vida han olido el cometido que les ha sido encomendado es de la disfunciones que más irritan. Pero no siempre es así. Al conseller de Gobernación sin ir más lejos, le pirra pegar tiros. Y por lo que va sabiéndose, no los da a voleo. Serafín Castellano disfrutó de varias cacerías organizadas por la empresa adjudicataria de la extinción aérea en los incendios forestales. A estas jornadas solía acudir otro amigo del conseller que recibió apenas 200 contratos a dedo. En las batidas, conocidas como sedentarias, mientras el cliente dispara a discreción, el llamado secretario carga una segunda escopeta. Total, que, en tres sesiones de aquellas, se dio buena cuenta de unas dos mil perdices. Serafín tampoco dejó pasar la oportunidad de darle a las tórtolas, a las torcaces e incluso a los patos. Ayer, en cambio, dilató en las Corts las explicaciones sobre diferentes cuestiones porque «no quiere perder ni un minuto más» en un asunto en el que la presa es él, al concluir en los pasillos que, de lo que hace en su vida privada, «no tengo que dar explicaciones a nadie». Hombre, resulta extraño que un alto cargo que vivió todo el proceso en el que al presidente de la Generalitat no le quedó otra que explicar en sede judicial las relaciones con sus amiguitos del alma así como los presentes que éstos se habían empeñado en hacer llegar al domicilio conyugal porque sí, se salga ahora por la tangente de ese modo. Los cazadores, que uno sepa, son gente mucho más curtida. En el caso Brugal, Serafín, hijo, hay representantes públicos a los que bien conoces encausados, entre otras cuestiones, por viajecitos que les cayeron del cielo para el tiempo de asueto de su vida privada, naturalmente. La ventaja para el conseller es que más vale pájaro en mano que ciento volando. Y como en no pocos de estos casos, los jueces acaban sus resoluciones con el tan celebrado ...y comieron perdices, pues ya ven qué eficacia. Incendio apagado.