La tenebrosa trama que ha destapado el ciudadano estadounidense Snowden nos ha abierto los ojos. Volvemos a revivir la sensación de que la guerra fría, anterior a la caída del muro de Berlín, no se terminó nunca. Hemos conocido que los primos de los agentes de la CIA son los cotillas de la norteamericana Agencia de Seguridad Nacional (NSA). Todos hemos sido espiados desde hace décadas. Este atropello internacional, sospechosamente, se ha fraguado en la misma potencia donde, allá por el verano de 2008, se inició la gran crisis del siglo XXI. ¿Se acuerdan? Merrill Lynch, Lehman Brothers, Fannie Mae, Fredie Mac o Cigtigroup.

Para perdonarnos la vida y controlar las finanzas internacionales, nada de organismos públicos, sino tres empresas de calificación estadounidenses, de donde se originó el desastre: Standard & Poors, Moody´s y Fitch. La agencia Moody´s cuadriplicó sus beneficios entre 2002 a 2007, cuando se fraguó el mayor desfalco de la historia. Todo comenzó con la liberación a ultranza de la economía sin un contrapeso democrático. Y se coció sin que se percatara el Fondo Monetario Internacional (FMI) cuando lo dirigía nuestro compatriota Rodrigo Rato, que huyó a toda prisa para demostrar sus habilidades en el affaire Cajamadrid-Bankia. El Banco de Santander lo ha recompensado con un puesto de asesor. ¿Será por sus desaires con el extinto Banco de Valencia? Cuantas más entidades caigan, mayor cuota de mercado financiero para los grandes bancos. Jugada redonda.

Ya George Orwell en su libro premonitorio 1984, se refería al Gran Hermano como «el gran coloso que domina el mundo». A pequeña escala, yo también tuve el honor de ser espiado en los últimos años que presté mis servicios en la Cámara de Comercio de Valencia (1989-1996). Las escuchas telefónicas provenían del exterior y tenían controlada la línea 1 de la centralita. Se descubrió cuando una empresa especializada corroboró que el teléfono estaba pinchado. Lo que se hablaba internamente era objeto de broncas y coacciones, a los cinco minutos, por parte de quienes pretendían desbancar a Enrique Silla de la presidencia. Cuando entraba una llamada por ese conducto, la telefonista advertía a quienes disponíamos de información sensible.

La versión doméstica del Gran Hermano en tierras valencianas la está protagonizando el Ayuntamiento de Valencia. Primero fueron las cámaras para escudriñar el tráfico y regularlo para felicidad de los usuarios. Las grandes avenidas son visionadas desde las pantallas municipales a fin de incrementar nuestra seguridad. Vinieron los radares y los coches-cámara para saber qué hacen los automovilistas. Ya sabemos para qué sirve la tecnología sofisticada y qué sería de nosotros, impenitentes pecadores, si no se nos vigilara.

Más adelante se sintió la imperiosa necesidad de instalar cámaras en parques y jardines para ver y perseguir a los delincuentes entre la frondosidad y la maleza. Un convincente impedimento se interpuso entre la voluntad y la consumación del gasto: no hay dinero. Razón de peso. Nuestras esperanzas de expansión ciudadana están en el horizonte portuario, tras prescindir de la Fórmula 1. Más torres de 30 alturas donde estuvo la Estación Marítima. ¡Lo que se puede espiar desde ahí arriba!

Y tan escamados quedamos con la velocidad, que la siguiente propuesta fue para controlar los excesos en cruces, rotondas y semáforos. Se propuso la implantación de más cámaras que, además, serían muy rentables para atemorizar y multar a los conductores díscolos. Tampoco hay dinero para sentar la mano a los transgresores. La verdad es que no hay dinero ni para pagar las multas. Animados con este ejemplo, Gandia y Alzira se han lanzado al celo sancionador con cámaras. Falta sentido común en nuestros gobernantes para reconfortar a los ciudadanos, en vez de castigarlos con persecuciones y multas.

Jacques Attalí, en su libro Milenio, ya avanzó que los servicios de vigilancia y seguridad acabaríamos proporcionándonoslos entre los conciudadanos. Recientemente, en el municipio de Xàbia, el retén de bomberos voluntarios fue decisivo en la extinción de un incendio en el paraje de la Granadella. Menos festejos y despilfarros para beneficiar a los amigos y más jornales a los desocupados para que limpien las pocas masas boscosas que quedan.

Ha llegado la hora de controlar y vigilar lo que hacen los políticos con los escasos recursos disponibles. Sería la versión del vigilante vigilado. Luz y claridad hacia ellos para dar ejemplo. ¿No son servidores públicos? Si celebraran consultas ciudadanas y en vez de favorecer a sus correligionarios y amigos, pensaran en lo que necesitan los contribuyentes, es probable que la democracia resultara evidente y rentable para el ciudadano.