Según una teoría, las pelis de King Kong han venido motivadas por las grandes crisis. Así se desprende del trabajo publicado por el profe de Sociología de la Cultura y de las Artes, Juan Antonio Roche, en la revista International Journal of Humanities and Social Sciencie y en el que puso en circulación la Universidad Europea Miguel de Cervantes vallisoletana. Para el autor, «el miedo a King Kong hace que desaparezca el miedo a la crisis convirtiéndose en una especie de catarsis. Se generan otros miedos y hace que el público olvide los reales». Francamente, me da igual que la tesis expuesta sea pura ficción, es tan bonita... Sólo por alcanzar en tu tarea conclusiones de este tenor cimentadas en fechas, reacciones psicológicas del elenco que transita por la calle y un puñado más de factores merece la pena volcarse en un estudio así, con el miedo que debe dar pasarse toda la vida en el campus ya que, comparado con las movidas internas de los departamentos, la selva parece un spa. En este caso se junta el hambre con las ganas de comer porque Roche es más cinéfilo que el león de la Metro.

Pero vayamos a los hechos. Dentro de las versiones clásicas de King Kong, la primera vio la luz cuatro años después del crack del 29; la segunda se estrenó apenas tres más tarde de pegar el petróleo en el 73 su zumbido y, la última corresponde a la onda expansiva provocada por el espanto de las Torres Gemelas, cuyas consecuencias aún pagamos y no digamos ya la pobre eneeseá estadounidense que igual ha espiado hasta a Alberto Fabra, que ya es espiar. De cualquier modo, el profesor se ha dado prisa en dar a conocer sus sospechas antes de que la depresión actual se la chafe. Sí, porque hace cinco años que se declaró y aún no tenemos noticias del gorila. Entre la cía y sus hermanas gemelas, la UE y Montoro sueltos, es que el animalito ni se atreverá a salir.