En torno a Canal 9, el presidente de la Generalitat dijo ayer que «la sentencia „la de la anulación del ere„ supone 40 millones y lo que debemos hacer es garantizar educación, sanidad y servicios sociales [de calidad, universales y gratuitos, según el comunicado previo del Consell]». Parece, no obstante, un momento extraño para decantarse por el humor en los monólogos. Pero está ocurriendo. De hecho, Alberto Fabra aprovechó para echar el muerto a la directora general in extremis del ente. Debió hacerlo después de pensar en pedirle cuentas de la herencia a Rafa Blasco pero, claro, dimitió ya no hace mucho. Así que el que tendría que irse es Amadeu Fabregat, primer capo de la casa. No sé adónde ni desde dónde pero, como es de los poquitos con imaginación, que elija. A Fabra, sin embargo, le faltó aplazar el anuncio de que piensa repetir de candidato para ofrecerlo junto al porrón de puestos de trabajo que se irán al garete en lo que hubiera representado un buen fundido al rojo vivo. Colegas de formación ya han dejado claro lo que les preocupa el cierre: ¿y si se complican aún más las expectativas electorales?, advierten. Dada la evolución de la audiencia, tengo dudas. De lo que no tengo ninguna es de que, casi un cuarto de siglo después del invento, la Comunitat Valenciana está más invertebrada aún, que ya es decir. Tampoco ha resultado fácil escuchar en los informativos una crítica a la plebe en el poder, aunque el proceso en curso ha abierto la espita. Se escuchan barbaridades que deben dejar a algún televidente boquiabierto tras el silencio atávico. Los partidos nunca han querido entender la vaina de un servicio público como este. O la han entendido demasiado bien. A excepción del paréntesis zapateril en teuveé „algo habrá que reconocerle al hombre„ el modelamen expandido da grima, salvo partes mollares de la odisea de tevetrés desde su génesis. Por eso prefieren que no se vea.