La primera vez que entré en Canal Nou me equivoqué de puerta. Pensé que se entraba por la puerta principal. Por la grande. Pero el guardia de seguridad, sin dar crédito a mi descaro, esbozó una sonrisa y me dijo que diera media vuelta. Que por ahí sólo entraban personalidades. Que tenía que entrar por la puerta de atrás. Y este pequeño gesto de humillación preventiva que sufrí se ha convertido en una declaración de principios en nuestra querida mierda de televisión. La puerta grande es para otros. Para los que llevan traje, peineta y alzacuellos.

Una vez dentro del búnker que se alza en Burjassot me llevaron a las catacumbas donde tenía que hacer una prueba de vestuario para un concurso que tenía que presentar. Y me vino a la cabeza esa imagen final de Tesis, de Amenábar, donde los pacientes del hospital miran hipnotizados las pantallas de televisión de sus habitaciones. En cada uno de los cubículos había una tele con Canal Nou sintonizado: en maquillaje, en peluquería, en el bar, en los pasillos... Hasta la chica que me dejó en una especie de camerino, antes de cerrar la puerta y dejarme allí me dijo: «¿quieres ver la tele?» Y me puso Canal Nou. Era como estar en el cuartel general de la Stasi.

Siempre que he vuelto a Canal Nou he sentido lo mismo. Un tufo a miedo, a comentarios de alcoba, a miradas entre cristales y a obediencia. No creo que la porquería de televisión valenciana que hemos tenido estos últimos años haya sido por culpa de la planta más alta de ese canal. Una planta que casi rozaba el cielo. Para hacer una buena cagada hace falta mucha comida y muchas bocas masticando basura. Yo he tropezado día sí y día también con el «es que eso no lo van a aceptar», «es que eso no es del perfil», «es que esa palabra les va a sentar mal», «es que esa camiseta es muy descarada», «es que no se va a entender»... No sé a qué ente regulador se referían mis superiores, pero yo creo que era un ente interno nacido del acojono que te inyectaban ahí dentro y que te amordazaba hasta el punto de ver fantasmas donde no los había.

Igual que un político roba con el consentimiento de sus votantes, un canal miente y roba con el consentimiento de sus trabajadores (de algunos). Ahora es tarde y los trajes de superhéroe parece que están de oferta. Un bravo por los Salud Alcover y compañía. Un «¡¿por qué no te callas?!» para el resto. Es tarde. O mejor, es de madrugada y todavía no ha salido el sol. Si hemos de inventarnos otra tele, que sea con la dignidad y la solidaridad al menos, algo acribillado en esta Valencia donde el olor a estiércol nos parece perfume.

Yo estoy tranquilo, porque como decía mi abuela franquista hablando de la guerra, «los pobres nunca supieron ser ricos, pero los ricos hemos sabido ser pobres». Y en esta profesión somos ricos en talento, en ideas y en pasión. Por eso ahora sabremos comer en los tachos de basura durante un tiempo y hacer ceniceros de latas de cerveza si es necesario. Pero los que siempre fueron pobres, pero pobres de solemnidad, los que nunca tuvieron nada más que un enchufe, que una colonia y unas rodilleras, que un carné, que una boca cosida a golpe de nómina, esos ya no cuentan para nada. Esos que se vayan a negro con el apagón final.