Desde hace días aparecen en la prensa reportajes y entrevistas en las que se habla de la inmortalidad. Y me recuerda a esos fuleros que salían, en las películas del Oeste, vendiendo el elixir de la vida por un dólar.

Es cierto que hemos avanzado mucho en biología y que caminamos hacia una medicina personalizada. Pero de ahí al sonambulismo de afirmar que vamos a ser eternos y vivir 150 años, y que estaremos en plena forma, como para hacer una maratón poco antes de dejar esta vida, va un buen trecho.

La humanidad ha luchado desde siempre contra las enfermedades: porque el deseo del ser humano es vivir y dar vida. Lo contrario es una patología que, por cierto, está instalada en nuestra civilización tecno-economicista: se seleccionan embriones que no padezcan enfermedades „y se eliminan los que sí„ y se implanta la eutanasia para aquellos que supongan un sufrimiento€ para los demás. Una manera eficaz y rápida de ahorrar en gasto social. Bélgica es el último paladín de esta forma aberrante de concebir la sociedad. Y nosotros vamos a la zaga.

El ser vivo es vivo porque tiene vida (ánima): de ahí que Aristóteles concluyera que el ánima „la vida„ es lo propio del ser vivo; y cuando ese ser no tiene el ánima, es que es un cadáver. Pues bien, la mentalidad tecno-cientifista nos quiere devolver la magia de la eternidad, haciéndonos creer que el cuerpo no es más que un mecano que, como los aviones, puede ir reponiendo las propias piezas desgastadas hasta que no quede ninguna de las que inicialmente formaron parte de la aeronave. Esa idea ya surgió, de manera científica, con la Ilustración (se le denominó Mecanicismo); para ser abandonada con el desarrollo de las ciencias biológicas (genética, fisiología, etcétera). Hoy se vuelve a esa idea, con la regeneración celular y otros adelantos, por cierto, muy aprovechables, especialmente si se es joven. Pero hay mucho barullo, porque también hay mucho dinero puesto encima de la mesa.

Pero esto no es más que un deseo. No es, ni de lejos, una realidad. Marrullerías aparte „del lenguaje científico„ la cosa es que la flecha del tiempo es unidireccional: no podemos volver a tener 20 años los que una vez los tuvimos. Y la edad se nota. Y no hay vuelta atrás.

Hace unos días, Matías Vallés escribía en Levante-EMV un artículo en el que hablaba de que los españoles creen más en la religión que en la política, según el último sondeo del CIS: y, digo yo, que hacemos bien por la cuenta que nos trae. Y concluía que los partidos políticos han conseguido que la política se haya hecho más increíble que la religión. Aunque conviene no mezclar ambas cosas. Tampoco la eternidad con tener 150 años; ni la vitalidad de un joven con la de un anciano.