Felipe González desató en nuestro país lo que posteriormente ha terminado por ser una locura nacional por el AVE: póngame una estación a la puerta de casa ha sido durante lustros una reivindicación recurrente que ha derivado en el auténtico despropósito que representa ahora mismo el mapa ferroviario español. Y Felipe inauguró el desatino con el AVE a Sevilla, su ciudad natal, sin ningún tipo de conexión con la red Europea. Después llegó José María Aznar y se empeñó, contra viento y marea, en tirar vía hasta la Valladolid desde la que gobernó como presidente castellanoleonés. Ahora, Mariano Rajoy, se empecina, en contra incluso de los criterios europeos, en llevar el trenecito hasta su Galicia natal. Entre medias, José Luis Rodríguez Zapatero echó el resto inversor en cerrar la conexión entre Valencia y Madrid, y eso que nos odiaba y despreciaba (!). Pero nadie se ha molestado en este tiempo en analizar los informes que hablaban de la necesidad del Corredor Mediterráneo. Y en estas estamos. El tren convertido en regalo para los paisanos en vez de herramienta para el desarrollo económico y la articulación territorial.