Suárez, nombre bien acreditado de la joyería española, se adueñó de la terraza del Hotel Astoria para presentar „holgada y elegantemente„ sus nuevas colecciones. Así, en plural, porque Suárez puede permitirse montar cuatro stands con otras tantas propuestas que abarcan toda las modalidades posibles.

El oro, que afianza su poderío en irresistibles piezas sólidas: cadenas de grandes eslabones con madera de ébano, brazaletes de la apreciada serie Tugobas, elocuentes anillos. La línea Grey despliega el lujo de los diamantes asociados al oro blanco; desde una potente gargantilla hasta un delicioso minicolgante de rosetón. Las perlas luminosas en una fascinante gama de tonalidades, ambientada en torno a una chaquetilla de torero celeste enteramente bordada. Y el color, ejemplificado en gemas deslumbrantes (rubíes, zafiros, esmeraldas), pero también piedras semipreciosas: cuarzos, turmalinas, amatistas y exóticos topacios en los más variados azules. Diseños armoniosos o arrogantes, que reinventan el clasicismo, como bien dijo Cari Lapique, que lleva trece años de activa unión con la firma, y compareció tan afable y encantadora como siempre. Confiesa que hay muchas piezas de Suárez en su joyero personal, aunque su favorita es el soberbio collar de perlas grises tahitianas que lucía sobre su chaqueta Chanel.

«Lo paso maravillosamente „afirma„ en estas giras de presentación, actualmente mucho más largas, porque son ya dieciocho puntos de venta en El Corte Inglés de toda España, además de las tiendas de Madrid, Bilbao, Barcelona y Marbella». Cari no dejó de charlar con la multitud de invitados que llenaron la terraza. Gente de la moda, como Presen Rodríguez, Valentín Herraiz, Adrián Salvador „de Siemprevivas„, Mati Guerrero „de Louis Vuitton„ o María Ángeles Miguel „de Ferragamo„. Y mis preferidos/as: M.ª José Navarro, Amparo Ortuño, Cuchita Lluch, Nidita Guerrero y los matrimonios Martínez-Colomer y Catalá-Selva.

Y luego, la alegría de asistir a la confirmación de un claro talento que avanza más allá de la moda. Dragomir Krasimirov „a quien solemos recortar en Drago„ nos deparó un desfile nocturno fuera de lo común. En el claustro gótico del Carmen, su colección (que bebe de fuente literaria, La casa de Bernarda Alba) fue una síntesis de maestría técnica y poética inspiración. Sus mujeres enlutadas, con peluca entre prerrafaelitas o isabelinas, no llevan el negro castrador que la Bernarda lorquiana imponía a sus hijas, sino un negro pleno de hallazgos que vencen la oscuridad, declinando una geometría de piezas flotantes tan escueta como sugerente. Efectos casulla, panneaux, envolventes capas... Invocaciones misteriosas que trenzan alusiones simbólicas, para alcanzar un terreno hermosamente atemporal. Y cuando surge el blanco „atenuado, silente„ es en detalles armónicos: bandas diagonales, mangas acuchilladas, hasta llegar a la evocadora túnica estriada con menudas lorzas y botoncitos de nácar. Para culminar, magistrales vestidos provistos de pliegues-aletas casi vegetales, como si el famoso plisado Fortuny hubiera sido ensanchado y engrandecido. Estamos ante un creador que revalida de lleno sus anteriores éxitos en la VFW. Y al que aplaudió todo un mundo de vanguardia, con buenos «catadores», como Carmen Alborch o el pintor Javier Calvo. Que tuvo palabras exactas: «Una noche mágica».