Obama ignora a los norteamericanos que suspiran por su liderazgo, Rajoy desdeña a los españoles que prefieren tenerlo lejos. Pese a la contundencia de las encuestas sobre el rechazo generalizado a su gestión, el presidente del Gobierno muestra mayor desafección hacia sus ciudadanos que viceversa. El titular obligado en estas fechas reza que «Rajoy atraviesa el ecuador de su mandato». Sin embargo, otorgar la iniciativa al apóstol de la resistencia pasiva „no contra el poder, sino desde el poder„ supondría un contrasentido. Rajoy no pasa el ecuador, pasa del ecuador, se desentiende de las efemérides, de los movimientos sísmicos y de la amplia gama de acontecimientos intermedios.

En los fastos ecuatoriales, la entrevista de RNE a Rajoy repertorió su habitual despliegue de desmentidos a sí mismo y de vaguedades. Negó las subidas de impuestos que finalmente llevará a cabo, afirmó a los negativos Ana Botella y Wert porque debe preservar a los escasos políticos que empeoran su valoración en las encuestas. De acuerdo con su presidente, la acción del Gobierno consistirá en dejar que pasen otros dos años, cumpliendo las órdenes de Bruselas en tanto que sólo supongan sacrificios de la población y ningún esfuerzo por parte de la casta extractiva, por recurrir a la expresión de moda. La opinión de Rajoy carece de interés sobre ningún asunto de actualidad, por fortuna tampoco pretende trasladar sus juicios al terreno borrascoso de los hechos. Cuando no niega, espera, ya se trate de Cataluña, de la crisis de Gobierno, de ETA o de la política fiscal.

La filosofía de Rajoy desconseja interferir en los asuntos que no van a solucionarse por sí solos. De hecho, la revelación de mayor enjundia de la legislatura ha consistido en que su inercia se transforma en rabiosa energía cinética a la hora de cobrar sobresueldos. Su fe en Luis Bárcenas «porque entonces yo tenía unas informaciones, ahora otras» llegó al extremo de confiar en que el tesorero del PP efectuaba un pago ajustado a la nomenklatura popular de cantidades que nadie controlaba. Cuando hoy reniega dulcemente de su suministrador, muestra el desconsuelo de quien ha sido sisado por su cajero. Este episodio impide mantener su honorabilidad sin melladuras de consideración. De hecho, es el único presidente del gobierno acusado por un miembro de su equipo de la percepción de cantidades injustificadas y procedentes de las arcas públicas.

Ha habido momentos a lo largo de estos dos años en que cundió la incertidumbre sobre si Rajoy alcanzaría el ecuador. O si el ecuador alcanzaría a Rajoy, por salvaguardar la inmovilidad presidencial. La crisis le lastró con menos fuerza que Bárcenas. La intimidad monetaria con su tesorero le hubiera costado en Alemania el cargo y probablemente un proceso judicial. En España, el reflotamiento del presidente del Gobierno y de Ana Mato se limita a sellar el aislamiento hermético entre la política y la moral. Desde su estatismo a no confundir con estatalismo, Rajoy previó que una población que ha acatado sin rechistar una sangrante reforma laboral no iba a alterar su pulso, ante la generosidad económica del líder del PP consigo mismo.

Sorprende que Zapatero fuera condenado al castigo eterno por negar la crisis evidente, mientras que su sucesor es jaleado por anunciar una recuperación con cinco millones de parados y la probabilidad creciente de que acabe su legislatura con un índice de desempleo superior al existente cuando llegó a La Moncloa. Por si alguno de los desfavorecidos desea exteriorizar su discrepancia con vigor, el Gobierno modificará subrepticiamente el artículo 21 de la Constitución, donde «se reconoce el derecho de reunión pacífica, que no necesitará autorización previa». Cuatro décadas después, el presidente piensa que nadie debería salir a la calle sin su permiso

Rajoy aspira a ser presidente sin que se note. El once por ciento de los ciudadanos que le expresan todavía fidelidad, según su CIS, conforman la posición más radicalizada de su electorado. Sin embargo, la ausencia de una alternativa a derecha o izquierda no permite descartar siquiera un resultado electoral más suculento del previsto. El presidente del Gobierno sueña con un referéndum de indeterminación en Cataluña, que esta ambigüedad se extienda al resto del Estado y, puestos a pedir, que Rubalcaba repita como candidato socialista en 2015.