Empieza una semana que nos lleva directamente a las puertas de la Navidad. Las calles con sus luces, las ofertas de turrones y juguetes van a inundarlo todo. Algunos confían en que será la campaña de la recuperación, otros pensamos que el miedo a consumir sigue atenazando a los pocos afortunados que todavía tienen algo que gastar. Sería muy importante que el Gobierno generara confianza, pero hay un paso previo y necesario, la credibilidad. Cada vez que abre la boca un ministro, sabemos que está lanzando una consigna y no lo que realmente está pensando. Ahora el juez Ruz nos confirma que el PP, su presidente y sus dirigentes nos han estado engañando constantemente; por tanto, resulta difícil hacer creíble el discurso de personajes que se han instalado en la mentira permanente e incluso cuando la recuperación llegue no los vamos a creer.

El momento es muy duro, el dinero sigue sin salir de bancos hacia fuera, los recortes salariales, son brutales y la inestabilidad en el empleo se ha instalado como norma en el mercado laboral. Con esos mimbres difícilmente se puede pensar en incrementar la capacidad de compra de los ciudadanos. Si le añadimos el tijeretazo a las prestaciones sociales, ya tenemos la tormenta perfecta. Muchos pensionistas que ahora tienen que pagar una parte de sus medicamentos tienen miedo porque saben que a la medida actual le pueden seguir otras. Personas con escasos recursos que podían acudir al mercado gracias a las prestaciones sociales a las que tienen derecho, ahora no tienen más remedio que acudir a los bancos de alimentos.

Es muy difícil reactivar en estas condiciones. Es necesaria una gran dosis de confianza, pero lo indispensable es incrementar el dinero circulante. En primer lugar, obligando a los bancos a devolver a los ciudadanos parte de lo que les hemos prestado. Pero también se pueden hacer más cosas desde los poderes públicos, llevando a cabo políticas que afecten directamente a los ciudadanos. En la actualidad, son muchos los millones de euros que podrían incentivar las compras, pero están aparcados, atascados, escondidos, en cajones de la administración de la que no salen por la impericia de sus gestores.

Como no es bueno generalizar, he aquí algunos ejemplos: hay trabajadores de centros de personas con discapacidad que hace un año que no cobran, miles de personas dependientes que solicitaron una prestación hace más de dos años y sigue sin llegarles, beneficiarios de Rentas Garantizadas de Ciudadanía que han perdido la esperanza de cobrar lo que es suyo... Y así podíamos señalar más colectivos y personas que podrían formar parte de la solución y en cambio ocupan una parcela relevante del problema por la ineficacia de gestores sin alma y también sin capacidad de atisbar las consecuencias de sus actos.