La puesta en libertad del asesino de las niñas de Alcàsser realimenta los más bajos instintos del periodismo televisivo, que, con toda impudicia, trata de revedecer la teoría conspiranoica.

Con el cadáver de RTVV todavía de cuerpo presente, la excarcelación de Miguel Ricart, condenado a 170 años de prisión por la violación y triple asesinato de Miriam, Toñi y Desirée, ha reactivado los peores recuerdos de la crónica valenciana de sucesos del último cuarto de siglo. En primer lugar por reverdecer acontecimientos muy dolororos y, después, por demostrar que la lucha por la audiencia que degrada los canales de televisión es sorda, ciega y amnésica. Por mucho que acatemos el cumplimieno de las leyes, por más que aceptemos el derecho de toda persona a la reinserción y por comprensivos que nos mostremos ante el perdón o la indulgencia, si ya resultaba difícil de digerir que Ricart saliera de la cárcel y agitara el tormento de las víctimas de aquel sangriento episodio, las escaramuzas protagonizadas por reporteros de televisiones privadas para captar al preso nada más cruzó la reja de la prisión de Herrera de la Mancha nos parecen repugnantes al remitirnos a la sima más profunda de la telebasura. ¿Es preciso recordar las pestilentes aguas de aquel Mississipi que se desbordaba todas las noches para ensuciarnos a todos, o el delirante juicio paralelo y sumarísimo que se montó Canal 9 „que en gloria esté„ para atrapar espectadores a cualquier precio, o el plató callejero instalado en Alcàsser para hurgar sin pudor en la llaga ajena y obtener las imágenes más amarillentas? Aquel delirio ya recibió una condena judicial. Algunos pretenden aprovecharse de la debilidad y desorientación de Ricart para avivar los rescoldos de ese aquelarre y hacer negocio. Deprimente.