N o sé de qué vamos a hablar», dijo el presidente Rajoy cuando los plumíferos le preguntaron por la reunión discreta que le ha pedido su colega catalán Artur Mas. Naturalmente, lo sabe. Mas quiere hablarle de lo suyo, es decir: de la independencia de Cataluña y el referéndum que prepara a ese propósito. Lo que ocurre es que Rajoy vacila o, para ser exactos, le está vacilando al impetuoso jefe de la Generalitat. Tampoco faltan en el partido de Rajoy gentes igualmente impetuosas que le exigen al presidente mano dura en sus tratos con los secesionistas de Cataluña. Son políticos por lo general residentes en Madrid que creen ver en el actual jefe del Gobierno un presidente flojo de remos y más vacilante de lo que aconsejaría la gravedad de la situación.

Más que vacilante, en el sentido de dudar o titubear, Rajoy ha acreditado en sus largas décadas de ejercicio de la política un carácter decididamente vacilón. O, lo que es lo mismo: guasón y burlón, según los sinónimos con los que define este término coloquial la Real Academia de la Lengua. Los menos avispados sobre las complejidades del personaje tenderán a pensar, seguramente, que Rajoy está hecho un mar de vacilaciones ante el arrebato de soberanía que le ha dado a Mas, con lo serio y formal que parecía el hombre. La singular respuesta del presidente sugiere sin embargo que está en plan de vacile, como de costumbre. No sería la primera ni aún la décima vez que el jefe del Gobierno recurre a esta técnica. Hace apenas un año, cuando casi todo el mundo le apremiaba a solicitar el rescate financiero de España, el pontevedrés nacido en Santiago explicó por qué se negaba a hacerlo con esta enrevesada frase: «A veces, la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión». Misteriosamente, la decisión que no tomó y por tanto tomó acabaría por resultar acertada.

Hay quien interpreta esta actitud solo en apariencia ambigua con los métodos de gobierno de Franco. De acuerdo con el testimonio de uno de sus hombres de confianza, el dictador usaba únicamente dos cajones de su mesa de despacho, que abría y cerraba de cuando en vez para trasladar papeles del uno al otro. «El cajón de la izquierda», explicó un día Franco a su intrigado colaborador, «es el de los problemas que el tiempo resolverá. Y el de la derecha, el de los problemas que el tiempo ya ha resuelto». Sobra decir que la comparación resulta abusiva y, sobre todo, inexacta. Por más que a Rajoy lo tachen de indeciso y don Tancredo incluso algunos de sus correligionarios, lo cierto es que no ha parado de hacerle la puñeta al contribuyente en los dos años que lleva en La Moncloa. Si a pesar de ser pusilánime „como dicen„ se ha aplicado a subir impuestos, fulminar pagas extras y bajar salarios, mejor no imaginar lo que ocurriría si fuera uno de esos políticos arrojados a los que jamás les tiembla el pulso. Uno de los que podrían estar cayendo en la cuenta de ese error de apreciación es el presidente Artur Mas. En lugar de un jefe de Gobierno vacilante se ha encontrado, por el momento, con un Rajoy vacilón que finge no saber de qué quiere hablarle su colega. Duro lo va a tener Mas con este especialista en el vacile.