Se acaban las Navidades, pasaron las felicitaciones en WhatsApp y el exceso de viandas. Son fechas de convencionalismos y deseos de prosperidad, que a menudo desentonan en boca de yoístas, ególatras y corruptos. Son fechas de vacaciones escolares, demasiadas. Son fechas de regalos, demasiados. Son fechas de encuentros y desencuentros, de roces y cariño, de amor y odio, de uniones y separaciones. Estas fechas simbolizan como pocas el paso del tiempo. Los que ya no están se hacen más presentes que nunca y la nostalgia, que es el diamante de la memoria, reluce de manera singular. Recordamos tiempos distintos a estos, una vida más primitiva donde había márgenes de error y mejora. Tiempos en que ser joven o viejo tenía un valor. Me cuesta celebrar la llegada de un año que constata el fracaso de nuestro proyecto social, donde no tienen cabida nuestros hijos, ni nuestros mayores. Tuvimos la oportunidad de hacer tábula rasa y crear un país modélico y casi cuarenta años después estamos en la indigencia moral y económica. No todo tiempo pasado fue mejor, pero recordarlo aumenta la probabilidad de reacción.