Es difícil entender por qué algunos poderes fácticos se han aliado contra el presidente Fabra, lanzándolo al descrédito del mercado informativo nacional. Primero fue el famoso «coach» un inmenso error de Esther Pastor, que se empeñó en conectar al presidente con un «lujo» prescindible en tiempos de tragedias cotidianas y ahora son las lechugas, las zanahorias, los quesos, los chorizos, las coliflores o los pescados que se guisan, o no, en las cocinas del Palau. Ni el «coach» constituye una opulencia orgiástica, ni las viandas de Presidencia son un repertorio de ostentación. Pero la política sirve al contexto y se sirve de él, y lo execrable, lo infame o lo injusto se acomoda a la oscilación ética de los tiempos. En épocas de abundancia, las filtraciones sobre la despensa del Palau o sobre la mejora de las aptitudes del líder hubieran pasado casi desapercibidas. Hoy son asuntos que se privilegian en el catálogo de los errores. Las depresiones económicas cambian de escala las sensibilidades hacia los hechos. Y los poderes fácticos que alancean a Fabra se aprovechan de ese clima fúnebre para desprestigiarle, menoscabar al PP y transmitir una imagen de esta autonomía colgada de un delirio paródico constante. Una falla tribal que no sólo quema a sus hijos, sino que prende fuego incluso a su presidente, condenado a residir en alguna cavidad jerárquica de los infiernos de Dante. Ya no somos, los valencianos, objeto de hilaridad o de deshonra debido a las colosales obras que alzamos durante la burbuja, sobre las que cultivamos una ostentación impúdica y de las que nos desprendemos con indisimulado regocijo. Ahora nos llueven cuchufletas desde todos los confines de la patria por exhibir el carrito de la compra del Palau, difundir los hoteles en los que duerme una secretaria autonómica o mostrar al mundo el contrato de un señor especializado en mudar conductas presidenciales. Ese catálogo interno, que azuza el desprestigio, se expone por primera vez desde que la Generalitat es Generalitat, dejando al rey desnudo. Y encierra las siguiente preguntas: ¿desde cuándo los grandes poderes

que han de manejar las filtraciones a la fuerza han decidido hundir al Consell del PP? ¿Es que el PP no representa ya sus intereses? Las venganzas particulares, si de eso se trata, nunca golpean intereses comunes, a no ser que alguien se quiera suicidar.

En todo caso, la falla diseñada es total y continúa esculpiéndose a diario: un «topo» al que nadie le echa el guante, ni siquiera la Fiscalía; un presidente y su entorno que sufre un desdoro inquietante; un PP que no sale de su asombro; y una España que empieza a considerar si, en esta periferia, hemos perdido el juicio definitivamente. Primero, con la corrupción, y, ahora, con el disparate.