Aquí cada uno va a lo suyo», exclamaba El Bigotes no ha mucho a través del teléfono móvil al tiempo que aparcaba la flamante «Can-Am Spider» amarilla en su esquina preferida de La Milla de Oro en Poeta Querol, con sus tiendas guay de ropa de niños (as) o de bolsos glamurosos de color rojo-alcadesa.

«Es que no somos objetivos y, además, nos molesta que nos lo recuerden», replicaría la voz gangosa desde el otro punto celular. «Por cierto, hablando de ir de compras ¿No te quedarán por ahí algunas tiendas de campaña en stock? Sí hombre, de aquellas contratadas para lo de Benedicto. Es que estamos de mudanza y con esto de los recortes€»

Valencia tiene, como se ha podido comprobar desde hace cierto tiempo, su propia versión fulera y microclimática del Tea Party conseguida a base de méritos propios y auspiciada gracias a la labor ímproba de nuestros políticos de fe inquebrantable a la hora de anteponer el interés personal al bien general. No escapan a este logro empresarios valencianos en ebullición especialistas en el «Rasca i Guanya» y a intermediarios, testaferros y otros arribistas que, a modo de alumnos aventajados, han estados metidos en todo de cabo a rabo hasta la bola.

Y, no contentos con los atracones de «mocaorá» que se han arreado a base de tramas de enchufe, grandes eventos y obras faraónicas „que han llevado a deudas y saqueos millonarios a más de otros alardes de despilfarro y derroche„, no han dejado ni siquiera la piruleta o el «tronaor» todo a partir de prácticas tipo: «Entonces, en comisiones, ¿Qué pongo?»

Pero aquí no acaba la cosa: Licencias irregulares, iluminación de fiestas, recogida de basuras, gastos particulares cargados en tarjeta, estancias en hoteles, trajes, viajes familiares, todo de baracalofe. Aquí sólo se sabe que en Valencia todos han cobrado de una forma o de otra y ahora resulta que nadie responde de nada. Y, lo que es peor, todavía campan por ahí palmeros en los altares de la corrupción que pretenden seguir forrándose a costa del común, extendiendo la fumarola de favores clientelares a base de costeo de gastos personales, pago de facturas de móvil, invitaciones macrobióticas, comidas con «clergyman» «ad hoc», chocolatinas, en un culebrón itinerante sin fin.

Estos maestros de la eternidad se lo han llevado todo por delante en los sobres con carro cupón incluido; no han dejado ni un triste «fartón». Sin embargo, no se trata de mandar a media ciudad a la cárcel, especialmente porque ello acarrearía un grave problema de convivencia. A ver si estos «furtapollastres» van a tener que terminar entrando a pedir fuego en Aquarium todo por no haber calculado bien el tamaño de los sobres o la altura del vuelo gallináceo sin cabeza por las pistas vacias de los aeropuertos, a riesgo de tirarse todos al suelo al grito de ¡ Que vienen los nuestros ¡

¿Cuántos empresarios han pagado para conseguir beneficios y favores ? Aguas „potables y a depurar„, bancos, centros educativos, destructores-promotores, fundaciones deportivas, portuarios, supermercados €así hasta completar el abecedario, hasta llegar a la AZ. Y, al final del muelle, nos quedan las grandes familias de toda la vida que han descubierto, «novetat en la Llotja», que todo es aún una oportunidad para que alguien se enriquezca ilegalmente.

El riesgo, en ese caso, no es el topo alias «Deep Throat» que airea las pavesas de la corrupción valenciana con las mascarillas y los chorizos a degustar en la ruta turistica. El riesgo es que hay que empezar a acostumbrarse a que los nombres más importantes sean objeto de investigación. Y, como dice Kraus, «el que tenga algo que decir que dé un paso al frente y se calle». No hay prisa.