La invasión de Irak no solo liberó a muerte a unos 200.000 civiles del citado país, también hizo del mundo un lugar más inseguro y peligroso. En España, esta ley se llama 11M, aunque ha hecho falta una década para aclarar lo que el resto del planeta asumió desde 2004. Aznar creyó que podía jugar a la guerra sin consecuencias, y encima mentir sobre las secuelas. De hecho, en las entrevistas de la época esgrimía el argumento solapado de que su alineación junto a la locura de Bush reportaría ingentes beneficios informativos en la lucha contra el terrorismo de ETA. La supuesta conveniencia no guardaba relación alguna con la legitimidad de la matanza en Mesopotamia. Desde su trono en la disciplina de toma de decisiones, Paul Slovic recuerda que «definir el riesgo es un ejercicio de poder». El mayúsculo error de cálculo aznarista se saldó con 191 muertos. El Gobierno del PP no se apeó de su discurso unidimensional, y los cargó a la banda etarra sin evidencia alguna. Al fin y al cabo, era su único asidero para justificar la foto de las Azores.

El 11M es el día en que tantas personas murieron en Madrid por terrorismo como por otras causas. Rajoy era el teórico candidato del Gobierno para las elecciones que iban a celebrarse al domingo siguiente de aquel jueves, pero carece de la originalidad imprescindible para inventar su propia mentira. Respecto al asombroso hecho de que uno de los participantes en la sarta de patrañas vertidas sobre una ciudadanía dolorida llegara con posterioridad a La Moncloa, no se explica por la capacidad de olvido, sino por la absoluta indiferencia de los electores hacia sus gobernantes. Se comulga masivamente en las urnas al igual que antaño se hacía en los ritos eclesiásticos, sin plantearse preguntas incómodas.

Enfrentado al mayor atentado de la historia de Europa a un año de su delirio bélico, Aznar recurrió a las armas de engaño masivo que Bush desplegó tras el 11S. Sin embargo, se le volvieron en contra porque el periodismo salvó la dignidad del país con mayor fuerza que en el 23F. Aunque reaccionaron con cierto retraso postraumático, los medios despertaron a la población de las ensoñaciones aznaristas. Volvieron a demostrar su utilidad en situaciones alejadas del equilibrio. Conviene recordar que, en aquellas horas, el titular «ETA no atentó en los trenes de Atocha» adquiría matices subversivos, de lesa traición. Estados Unidos también desvió la autoría de su duelo nacional para golpear a su enemigo favorito, y durante el proceso hundió para siempre la superioridad moral de Occidente.

Diez años más tarde, parece que el 11M no fue ETA. Con la excepción de Rouco Varela, que dispone de información sobrenatural por lo que disputa las ligas celestiales, los artífices de la teoría de la conspiración han aprovechado el décimo aniversario para batirse en retirada. En la mayoría de casos, han cambiado de caballo sin esbozar una mínima disculpa hacia quienes han insultado, con especial mención a las víctimas denigradas por sus cábalas sin fundamento. De ahí que sobresalga la excepción ejemplar del tertuliano Federico Quevedo cuando expresa con sencillez que «pido perdón por haber contribuido a propagar la patraña de la conspiración».

La disolución del 11M ha cursado en otros practicantes de la gran mentira con la creativa versión de que la autoría correspondió a ETA hasta el presente año, y pasa a recaer en Al Qaeda desde el momento en que ellos así lo decretan. En cambio, sus opositores yerran siempre, por empecinarse primero en negar la signatura etarra, y por dudar ahora de la recuperación económica que los practicantes de la anterior conspiración han abrazado con su habitual fervor. No han experimentado una conversión a la verdad, simplemente han cambiado de mentira. Por desgracia, en esta ocasión ha desfallecido una prensa reacia a iluminar a su clientela. El mismo Rajoy de entonces no ha tenido ningún problema para soslayar su condición de perceptor de sobresueldos en negro, según el tesorero del PP que le pagaba.

No todo está perdido para Aznar en el 11M. El eminente autor Fernando Reinares ha demostrado, tras una investigación sin precedentes saldada en un libro que ha predicado en infinitos canales, que la autora de la matanza de Atocha no fue ETA, pero que el atentado masivo tampoco mantiene relación con la guerra de Irak. La cuadratura del círculo, a falta de saber por qué Al Qaeda golpeó a Estados Unidos, Reino Unido, España o Australia „en su reducto vacacional de Bali„ pero no atentó en Francia ni en Alemania, menos crédulos que el aznarismo con los disparates de Bush. ¿Se habría producido un 11M de no mediar la ridícula participación española en Irak?