Vientos del oeste y altas presiones han sido la constante del invierno en el Levante español, solo rota esta semana pasada. Lluvias inexistentes o muy por debajo del promedio que ponen en riesgo el suministro hídrico de regiones marcadas por un elevado consumo de sus grandes ciudades, de su agricultura de regadío y de otros sectores económicos, fuertemente exigentes de agua como el turismo. Para este último caso, ahora que se acerca la primavera, llegan muchas fiestas y de nuevo miramos al cielo, esta vez para que no llueva, esperando que no se cumpla la dichosa Ley de Murphy: después de no llover en todo el invierno que no lo haga justo ahora. Perfecto ejemplo de lo adecuado de evitar en los pronósticos expresiones como buen o mal tiempo: el festero dará gracias a Helios por su presencia en el cielo, pero, mientras, será maldecido por el agricultor y sus sedientos campos. Sería más que casualidad que el tiempo se alterará justo en estos días. Toda una lección de los tipos de tiempo. Si el invierno puede venir marcado por la presencia del anticiclón, continental u oceánico, sin embargo la primavera es junto con el otoño, la estación del año con mayor variabilidad. Las temperaturas se elevan lo que favorece la inestabilidad del aire, coincidiendo con la presencia de masas de aire frío en altura. La temperatura del mar, por el contrario, es baja, lo que explica la discreción de los totales pluviométricos: «en abril aguas mil y todas caben en un barril». Las lluvias pueden ser persistentes, en caso de una depresión estacionaria; o mostrar la alternancia de tiempos, propia de la sucesión de frentes. La tercera opción es que la borrasca se haya descolgado de la masa de aire frío septentrional y genere una DANA. En cualquier caso, a los magdaleneros nos tocará mirar al cielo.