Rancio es lo que, con el tiempo, se oxida y cambia de sabor. Así decimos que el vino está rancio o que el tocino se ha ranciado.

Los discursos y el lenguaje también se rancian, pasan de moda, quedan anticuados, se oxidan. El tiempo no perdona. Lo que era guay es un sinsentido para las nuevas generaciones.

De igual modo, las soflamas de un político quedan anticuadas cuando se usa un argumentario ralo. Por ejemplo, hoy casi nadie usa «patria», aunque es un término que, en sí mismo, resulta hermoso, pero se ha abusado desconsideradamente, hasta quedar desfigurado, con cierta connotación despectiva y militronche.

A veces, es el desarrollo del propio conocimiento lo que origina que algunas palabras queden desfasadas, como por ejemplo, «neurosis». Hace unos años, era cajón de sastre de ciertas perturbaciones del ánimo. Afortunadamente, se ha ido conociendo mejor y hoy se habla de «trastornos de personalidad», «depresiones», «distimias», etcétera.

En el discurso, cuando se apela meramente a sentimientos se cae fácilmente en lo ridículo o en lo excéntrico: chillar cuando no toca (realmente no toca casi nunca), llorar por algo banal, chantajear al otro afectivamente para conseguir algo... O cuando en la esfera de lo público se invoca la libertad individual como sinónimo de un «me da la gana» irracional. «Mi cuerpo es mío» no deja de ser una simpleza: uno no tiene cuerpo como puede llevar un pañuelo, es cuerpo; y si está alojado en su seno otro ser humano, entonces no sólo es ridículo, sino que además va contra el sentido común y científico. O «nosotras parimos nosotras decidimos» es un mensaje trasnochado por arbitrario. Como si cada uno de los presentes no hubiera sido parido: ¡somos mamíferos! ¡vivíparos! Y en el colmo de lo estrambótico se va al Registro Mercantil „no al Civil„ para certificar que el cuerpo es de su propiedad. Realmente chocante: el cuerpo no se posee (si no fuéramos cuerpo, no estaríamos aquí: nos habríamos literalmente esfumado).

Soy el presidente de tal gobierno, empresa o corporación y hago lo que quiero. Si además he sido elegido democráticamente „por los ciudadanos, accionistas, empleados...„ y se me sube a la cabeza, puedo constituirme en un peligro público. En realidad, me han votado para gobernar responsablemente. ¡La crisis! ¡Otro gallo nos hubiera cantado!

La ranciedad no la da un lenguaje obsoleto, sino sobre todo una actitud egoísta. Esta es la raíz esencial de toda ranciedad. Porque el egocéntrico rancia lo que toca. Su entorno, el ambiente, se vuelven rarefactos. No hay nada más viejo que el que mira con suficiencia al prójimo, porque él sabe más o le tiene por menos. La senectud es obsolescencia, no años. El viejo no se mide por el tiempo sino por no arriesgarse. Por vivir aburrido.