No sé cuando pasó, pero ocurrió hace bastantes años. En determinado momento, lo que estaba concebido como uno de los instrumentos más importante de la democracia representativa, la institución que se diseñó en la Constitución como el vehículo que articularía la formación y manifestación de la voluntad ciudadana, es decir el partido político, se convirtió en otra cosa. Supongo que como cualquier cambio no se produjo de la noche a la mañana, ni tuvo una autoría única, creo que más bien fue la culminación de un proceso lento pero inexorable, producto de muchas injerencias, muchos intereses y muchas renuncias.

Una macro corporación con unos medios humanos y materiales, en la mayoría de los casos, superiores a muchas administraciones públicas, un aparato, una maquinaria con entidad y necesidades propias. El carácter instrumental, la herramienta importante de la arquitectura constitucional, pasó a ser el epicentro del sistema, y por tanto a convertirse en un fin en sí mismo, adoptando mecanismos de pervivencia y de pugna política muchas veces contrarios a los intereses de los ciudadanos, o incluso contrarios a la legalidad vigente.

Lo que considerado objetivamente no debiera ser un problema, más allá de las circunstancias de orden interno, y la adecuación de esa desmesura al fin para el que se constituyó, es decir a coadyuvar a la formación y defensa del interés ciudadano, de hecho ha producido un efecto enorme en la sociedad que pretendía representar. La expansión inmisericorde, fundamentalmente de los partidos mayoritarios, ha sobrepasado el ámbito político y público para abarcar casi todas las facetas, sectores y ramas de la sociedad civil, sin respetar tampoco poderes e instituciones independientes, sistemas financieros, organismos fiscalizadores, entidades culturales, y hasta sentimientos.

Como aquel enorme cuento de Cortázar „Casa tomada„ donde dos hermanos que viven solos en una mansión, van cediendo poco a poco habitaciones de esa casa a unos imaginarios ocupantes que solo emiten ruidos y susurros, abandonando la mansión con resignación y sin reproche alguno. De la misma forma, un ciudadano intencionalmente aislado y solo útil cada cuatro años, ha ido cediendo habitaciones y espacios al apetito voraz de estos partidos, que de esta forma aseguraban fidelidades, vinculaciones y contraprestaciones.

La democracia no solo es el ejercicio del voto, es también un juego de equilibrio y contrapeso de poderes públicos, privados, sociales e individuales. La desmesura o debilidad de una de las partes afecta inevitablemente al todo, y en este juego ocupa, o mejor dicho debe ocupar, un lugar prioritario el ciudadano como elemento activo y participativo de la realidad social y política. La solución pasa, como casi todo, por una educación que transmita valores, derechos, y obligaciones vinculados a la condición de ciudadano, y que conformen una sociedad critica, activa, responsable y por lo tanto más libre y más justa.