Subrayó Aristóteles que el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice. Yo, tan lejos de la sabiduría, deseo al menos decir con mesura y, si pudiera, hasta poéticamente. Se habla de la poesía barata, pero ésta no existe cuando es verdadero poema. Tampoco soy poeta. Y me cautivaría saber cantar a la vida, al milagro originado cada vez que un espermatozoide encuentra un óvulo que fecundar. Es un doble manantial del que inmediatamente brota la fuente de la vida. La biología explica que con la unión de esos pequeños corpúsculos surge un ser vivo nuevo, cargado con la genética de sus dos progenitores.

Un científico diría con razón que no es un milagro porque así es la naturaleza. Entonces, ¿no es milagroso que la naturaleza goce de tal poder? Recientemente, he visto el vídeo de un feto de siete semanas que se agitaba constantemente. Semeja ya un niño hiperactivo. Causa maravilla observarlo. Es la belleza de la vida que comienza, como existe la del que se va marchando, de golpe o quedamente. Con el título de la vieja película, dan ganas de exclamar «¡qué bello es vivir!». Todas las vidas son bellas: también la del niño Down, la del disminuido por cualquier carencia, aunque no sea un Beethoven o un Stephen Hawking. Es una persona cuyo valor y dignidad nadie iguala.

También es de Aristóteles la idea de que la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Hay arte en el no nacido más que de sobra, si logramos que sea lo que es, en lugar de considerarlo desechable por una malformación, porque su madre fue violada, o porque se cree con el derecho a truncar la vida de otro, tan repleta de bellas esperanzas siempre. Sí, también del que se imagina hambriento o sin medios para realizarse. Nuestra existencia depara muchas sorpresas y no es infrecuente que el profetizado infeliz o menesteroso concluya su existencia más gozosamente con riqueza o sin ella.

Pensando en sí mismo, Borges escribió estos versos: «Yo no seré feliz. Tal vez no importa / Hay tantas otras cosas en el mundo; / un instante cualquiera es más profundo / y diverso que el mar. La vida es corta / y aunque las horas son tan largas, una / oscura maravilla nos acecha, / la muerte, ese otro mar, esa otra flecha / que nos libra del sol y de la luna / Y del amor». Ciertamente, el subsuelo asoma nihilista, pero es positivo a la vez, posa la mirada en ese instante cualquiera más profundo y diverso que el mar. Son muchas las vidas que valen la pena sólo por alguno o muchos de esos momentos con más hondura que el mar.

La delicada Rosalía de Castro, cantora de «airiños, airiños aires, airiños da miña terra», también se refirió poéticamente a su madre como nos agradaría hacerlo con todas: «¡Mas cómo no amarte cuando / tus alas me cobijaban, / si fueron ellas mi cuna, / la cuna en que me arrullabas. / Si fueron mi dulce aliento / y el paño, ay, de mis lágrimas!». Tras de los versos, resulta casi obvia, otra frase del filósofo: «Cometer una injusticia es peor que sufrirla».