Vamos por buen camino, dice el Gobierno. No lo dudamos. Hacia algún sitio vamos y el Gobierno parece sentirse satisfecho por ello. ¿Pero adónde nos conduce ese camino? ¿Y cómo saberlo? El futuro es lo que todavía carece de evidencias, y atisbarlo implica interpretar los signos. Por ahora, la señal que más ilusiona al Gobierno es que España ha recuperado la confianza del capital financiero. No estoy en condiciones de decir que esta señal afecte a España sola. Incluso Grecia ha sido capaz de salir al mercado, por mucho que sepamos que no mejora ninguna de sus constantes económicas. Así que no parece que esta confianza se deba al mérito del proceso específico español.

En la medida en que mejora la situación financiera, también lo hace lentamente el crédito a las empresas, la deuda de las familias y el consumo interior. Pero es curioso que mientras estas señales se producen, al mismo tiempo, la encuesta de población activa siga arrojando la pérdida de puestos de trabajo y que el Gobierno espere mejorar la cifra de parados sólo por el descenso de la población activa. ¿Cómo interpretar estas señales? Cuando dentro de una semana el Gobierno lance las campanas al cielo con motivo de las cifras del mes de abril sobre desempleo, quizá se oculte lo único relevante de estas cifras, lo único que constituye una tendencia clara desde que comenzó la crisis. No se trata sólo de la destrucción de empleo. Se trata de la sustitución de puestos de trabajo estable por puestos precarios. Eso es lo que hay debajo del proceso. Eso significa bajada de rentas de trabajo, algo que al capital financiero internacional siempre saluda con gusto.

Si queremos entender hacia dónde vamos, aquí tenemos una clave. Sin duda, este hecho contrasta con algo que también se proyecta a bombo y platillo como una buena noticia. Comprendemos que eso es lo que está en su mano hacer, y asumimos que su conducta viene dictada por su afán de ser respetado por la ciudadanía, pero la campaña del rey Juan Carlos por lograr la firma de contratos en las monarquías islámicas es otra señal clara en este contexto. Todos esos contratos sirven a corporaciones asociadas al nombre de España. Nadie puede negar que son competentes y que hacen bien su trabajo. Son capaces de intervenciones de gran valor añadido, sobre todo en el campo de las infraestructuras y de las obras públicas. Pero constituyen, desde su origen, un ámbito de capitalismo que acompaña a la estructura del Estado, aunque vive desarraigado respecto del conjunto del pueblo español. Sus beneficios no son compartidos por los ciudadanos, que no son capaces de identificar en qué mejorará su suerte con estos contratos. Forman parte de un gran capitalismo que en su origen creció bajo las faldas del Estado, y que al privatizarse a finales de los años 90, necesita todavía el apoyo internacional, diplomático y político del Estado para desplegarse. Ojalá los ciudadanos corrientes recibieran ese apoyo.

Leyendo días atrás a García Linera, el vicepresidente de Bolivia „que es un buen teórico y es capaz de conceptualizar el camino que ha seguido su país desde que se produjo el ascenso al poder de Evo Morales„ aprecié su tesis de que sólo se podrá comprender bien el camino de su país si se compara su política con la que caracterizó a las dos etapas anteriores de su Gobierno: la del capitalismo de Estado de los dictadores sociales de los años 50 a los 70, y la fase neoliberal de los años 80 y 90, que fue seguida por la larga época de falta de estabilidad que condujo al MSA al poder.

La primera fase se dotó de instrumentos vinculados a los servicios centrales del Estado, las grandes empresas de consumo general, como luz, agua, carreteras, energía, minería. Eso generó un pequeño fragmento de país, casi compuesto de privilegiados, que dejaba en sus márgenes todo tipo de figuras sociales caracterizadas por la desprotección, el desempleo, el trabajo azaroso y temporal, la pobreza, la marginalidad, sobre todo para niños y mujeres, lo que en términos marxistas se llamaba «lumpen proletariado» y García Linera llama «masa abigarrada». Cuando se produjo la irrupción del neoliberalismo, no se consiguió sino que esos espacios económicos privilegiados vinculados al consumo general, se privatizaran. El conjunto de esa masa abigarrada, que García Linera llamó «la plebe», ni siquiera empeoró su situación. Se mantuvo en su condición, malviviendo. En lugar de ver que los burócratas y los generales se enriquecían instalados en las pocas empresas públicas, ahora observaban que esos beneficios se iban a los nuevos amos, los representantes de las multinacionales.

No nos interesa ahora la teoría de García Linera según la cual esa plebe puede convertirse en potencia plebeya y generar un movimiento de hegemonía social y política. Ni siquiera es fundamental ahora recordar que eso tuvo lugar cuando los partidos tradicionales se hundieron a la vez, incapaces de administrar el caos que ellos habían generado. Tampoco nos interesa observar esa economía alternativa que se forjó en zonas de Bolivia como El Alto, al margen de la vida económica oficial. Lo que nos interesa de este proceso es la fisonomía de población que produjo. Si nos preguntamos hacia dónde vamos, sospechamos que hacia una estructura social dual, que comienza a recordarnos a las sociedades que hasta hace bien poco llamábamos, de forma altanera, el Tercer Mundo.

Un capitalismo dual, de eso se trata. De un gran capitalismo cercano al aparato del Estado, necesitado de su ayuda política y diplomática, y de un capitalismo salvaje negro y desregulado, sostenido por una masa social abigarrada apenas sin derechos, que no sale de pobre ni trabajando, que no puede forjarse un plan de vida porque la marginación se ha instalado en el corazón de su realidad. Con seis millones de seres humanos fuera del sistema productivo, se puede rotar lo suficiente en las entradas y salidas del sistema, pero nunca se perderá la precariedad. En cada vuelta será posible apretar las tuercas un poco más y mantener a la gente dentro de esa masa abigarrada. Este proceso español no ha acabado todavía. Aún más gente será transferida de un sector a otro. Aún más trabajadores estables serán lanzados a la condición plebeya.

¿Por qué se puede afirmar esto? Porque este es el proceso natural, y este Gobierno no quiere impedirlo. Lo más significativo de todo es ver para qué usa el Gobierno ese margen financiero que se ha generado por el descenso de los intereses de la deuda pública. En lugar de potenciar la estructura social regulada y organizada y de compensar la creciente dualidad económica con una adecuada reforma fiscal, utiliza ese paquete para salvar justo a las empresas de autopistas, a ese gran capitalismo cercano al Estado, hasta el punto de que confunde su suerte y su destino con la clase política. En el horizonte, extraer todavía más recursos de la clase media subiendo el Impuesto de Bienes Inmobiliarios. Mientras tanto, los servicios públicos propiamente dichos del Estado los han abandonado, como lo han dejado claro los rectores de las universidades españolas la semana pasada. Aquí, como en Bolivia, el capitalismo de Estado ha transitado a la fase neoliberal a través de ingentes privatizaciones, pero sigue vigente la unidad de acción de todos estos actores mediante la transferencia de recursos públicos. La esperanza real de la gente es que le llegue algo del otro capitalismo sucio, negro, desregulado.

La queja de los rectores, como la de los médicos, o la de aquéllos tocados por la desdicha y la dependencia, o la queja de los profesores de los centros públicos de educación, o la de tantos trabajadores públicos, no es una curiosidad o un azar. Cuando todo se pone en relación, se obtiene la imagen de la sociedad colonizada que describió García Linera, por mucho que aquí nos colonicemos a nosotros mismos. De lo que no cabe duda es de que la estructura hacia la que vamos se parece cada vez más a la dual que caracteriza a tantos países del Tercer Mundo. Se trata de un modelo. No digo que el Gobierno lo imponga. Digo que ése es el destino y que, si no se hace nada por evitarlo, ese es el resultado natural. Como un caso concreto, se está avanzando hacia una universidad propia del Tercer Mundo, con profesores mal pagados, inestables, sin carrera, a tiempo parcial, sin investigación, destinados a competir cada vez más con una educación degradada que cualquier franquicia podrá rotular bajo el nombre de universidad.

Así se bajarán los parámetros de la sanidad y de todo lo demás, para que se pongan a tiro de cualquier negocio privado. El Gobierno tiene razón. Vamos por buen camino. Pero ese camino nos lleva a marchas forzadas hacia una sociedad atravesada por las fracturas y los rasgos de lo que era el Tercer Mundo y ahora se llama sociedad global. Mientras tanto, aquellas sociedades, cansadas del laberinto en que estaban sumidas, comienzan a tener planes correctores que afectan a la totalidad de la sociedad. Es posible que haya en todo esto algo de justicia histórica. Pero ni ellos cayeron donde cayeron por azar, ni nosotros vamos a donde vamos por casualidad. Quizá todos tengamos que encontrarnos en la formación de esa auténtica potencia plebeya, la propia de una democracia social, económica y política adecuada, capaz de plantar cara a ese destino.