Una nueva franquicia política ha demostrado de repente que los partidos políticos estaban atrofiados. No solo el PSOE, sino todos. Podemos, el nuevo target electoral, ha dejado en fuera de juego parte del sistema de representación política. Ha ocurrido lo que hacía tiempo se temía. Lo mismo que les sucedió en su día a los colmados tradicionales en los que tocaba hacer media hora de cola para comprar un cuarto de kilo de jamón york. Muchas instituciones añejas, numerosos tics sociales, montones de hábitos cotidianos han sido barridos del mapa, aunque muchos se nieguen a reconocerlo por temor a perder sus privilegios.

Podemos ha puesto patas arriba el negocio político. Los mítines, la jerarquía en los partidos, la opacidad interna y los jerarcas incombustibles son ya parte de la historia por decreto de ese millón y pico de electores, en su mayoría jóvenes que han confiado en la palabra de un tipo listo, y no en unas siglas. Ahora todo es volátil, no sólo los tesoreros de los partidos, sino también el jefe supremo, pueden saltar por los aires en cuanto al viento social le dé por soplar en otra dirección a través de un tuit original o una tendencia generada en 24 horas.

La gente de Podemos obligará a reflexionar sobre los comités ejecutivos, las juntas directivas y los actos de campaña con la monserga de llenar a la fuerza, con familiares y amigos, un cine, un teatro o un ágora. Han caducado las escenografías con atriles pomposos y extras pulcros sonrientes en el fondo sur, ya no cuela llevar vaqueros e ir descamisado a lo González Pons. La conmoción ha sido tan fuerte que hasta las empresas demoscópicas han salido trasquiladas. Un buen tertuliano, un orador con maneras telegénicas, ha dinamitado las formas de actuar en política. Ahora, claro, le saldrán imitadores: muchos tertulianos querrán hacerse un nombre en la política, iniciar una carrera desde un púlpito catódico y para ello morderán a lo Belén Esteban a los de su sangre o a sus cuñados ideológicos.

Los tiempos han cambiado: los trabajadores llevan ahora el táper en la mochila; la gente por necesidad alquila habitaciones y no pisos; muchos comparten coche para ir a ver a la novia el fin de semana y evitar la sangría del AVE y miles de chavales acuden a botellones espontáneos. La gente circula en bici, picotea prensa digital, trapichea con pelis, canciones y libros en un minúsculo pen y, sin embargo, los dueños del cotarro político se resisten aún a reconocer el final de etapa.

Algunos, como el sumo sacerdote Felipe González, llaman a la resistencia numantina ante este nuevo desorden político, pero la guadaña digital de Pablo Iglesias ha demostrado que sin afiliados, sin sucursales, ni filiales con capataces vitalicios en las capitales de provincia se puede obtener una cosecha importante de votos y ocupar todas las portadas. Muchos, y no solo los actores políticos, deberían poner sus barbas a remojar. El cierre de algunos ultramarinos de toda la vida es inevitable.