Una vez votados, los políticos se retiran a sus dachas a descansar. El bipartidismo ha chirriado, como recoge el escrutinio electoral. Sería un buen momento para decretar el cese definitivo de todas las obras del AVE. Necesitamos un pacto de Estado, aunque sea en el descanso de la pretendida reforma constitucional, que detenga esa sangría que representa la burbuja ferroviaria que nos hará descarrilar a todos. No puede ser que se sigan invirtiendo sumas desorbitadas en esas obras, que sólo benefician a las cajas B de los grandes partidos. No lo duden: el AVE lo pagamos tres veces. La primera, en los proyectos y las adjudicaciones; la segunda, en los sobrecostes y las comisiones; y la tercera, en el déficit que el servicio genera. Pocos pueden utilizar regularmente ese medio de transporte carísimo. Al final no tendrán más remedio que bajar los precios y entonces los sufridos contribuyentes rasos deberemos pagar la diferencia. La despensa de dinero público se ha quedado vacía poniendo traviesas siempre rumbo a Atocha. Ahora, el AVE que nos trae madrileños a Valencia tendrá operador privado. Debemos ser la única línea apetecible, ya que sólo sale la nuestra a subasta pública. Ocho operadores han hecho números y quieren pujar por competir con Renfe.

Los trenes de cercanías, por su parte, dan pena: tardan lo mismo que diez años atrás, hay menos trayectos, menos frecuencias de paso y los precios se han disparado. Este servicio continuará desangrándose en manos públicas. Con este panorama, hay quienes se quejan de los portales digitales que te llenan el coche con modernos autoestopistas esporádicos y que sufragan una parte del depósito de gasolina para ir a ver asu novia, movilizada laboralmente en la otra punta del mapa. Ese servicio puerta a puerta hace temblar a compañías de autobuses y a taxistas.

Somos de los países con más kilómetros del dichoso tren, pero no tenemos para pagarnos el billete. Debería suscribirse urgentemente una moratoria para dejar de horadar montañas en Asturias o hacer desmontes salvajes por lugares deshabitados de Lugo o enterrar dinero en zonas de Badajoz. Sin embargo, el apetitoso trayecto Valencia-Barcelona no lo pueden privatizar porque, mira por dónde, todavía no está hecho: lleva un pequeño retraso de dos décadas, los políticos de la meseta no lo veían necesario. El AVE ha sido rentable para algunos políticos en campaña electoral permanente en sus lugares de origen. Ahora toca privatizar el servicio (la obra civil nos ha hecho un agujero en el bolsillo) y alguien sacará tajada de ese negocio ferroviario, y si no le sale a cuenta en unos años se lo rescatamos. Pasaremos años pagando trenes que irán vacíos, aeropuertos sin pasajeros y basureros colmatados para que alguien gane lo que no está escrito. Algunos políticos se rasgan las vestiduras y lamentan compungidos la merma en la cosecha de votos de la pasada campaña electoral. ¡Hipócritas!