Al final eran humanos. Tanto tiempo pensando que eran dioses, que estaban por encima del bien y del mal, no sólo futbolísticamente sino también personalmente, y resulta que no dejan de ser como los demás. Sonrientes, alegres y confiados cuando ganan y conflictivos y malencarados cuando pierden.

El desplante de Cesc a Del Bosque ha sido sonado, puede que no el único, pero es al menos el que más ha trascendido, y el que habla bien a las claras de que el ambiente en la selección española es como en cualquier otro equipo que pasa por un fracaso tan terrible como el padece ahora. Aquella imagen del final del partido entre España y Holanda con Del Bosque saludando a los jugadores del banquillo, entre los que estaba Cesc, como diciendo que «no pasa nada, aquí seguimos todos juntos» va a quedar muy superada en su trascendencia y presencia por la de la descomposición que se advierte en España desde el partido con Chile. Hay que ser de una pasta muy especial para aguantar mecha como si nada pasase después de un palo tan enorme y con tantos días para rumiarlo y es claro que este equipo no lo es, con independencia de que no lo haya habido en el mundo porque según lo sabido cualquier conjunto que ha pasado por un trance de este tipo ha acabado muy mal. Relaciones que parecían indestructibles han finalizado como el rosario de la aurora.

Ahora España apunta a lo mismo, con Vicente del Bosque como la persona a «acuchillar». Todo eran plácemes para Del Bosque hace un par de años cuando al Mundial de Sudáfrica la selección que dirigía sumó el Campeonato de Europa. No había técnico como él, capaz de llevar con mano firme pero sobre todo con empatía y cabalmente un equipo con tantísimos jugadores excepcionales, en los que no todos lógicamente podían tener sitio. Sus decisiones no se discutían. Cualquier cosa que hiciese estaba bien hecha.

Dos años después aquel aura de intocabilidad salta por los aires. ¿Ha cambiado tanto Del Bosque, que ya no sabe llevar el grupo como lo hacía? Más bien parece que la veda se abre porque falla lo que utilizamos habitualmente como medida de todas las cosas. Los resultados. Un buen resultado acalla bocas. Un mal resultado da alas a la crítica. La Roja, como a las demás, por mucho que pese a tantos.