Mucho y variado se ha escrito estos días a propósito del fenómeno emergente Podemos. Las lupas han focalizado tanto al inspirador como a los componentes del grupo. Vaya por delante que me parece bien que haya una canalización institucional del movimiento 15M y, en general, de los que se consideran «fuera del sistema de castas». Castizo resulta. Es una buena noticia para la democracia.

Sin embargo, he echado en falta un análisis más detenido del significado de la irrupción de Podemos en el panorama político. Poder es palabra mágica que ejerce un magnetismo de atracción. Sin poder no se puede modificar el statu quo, que es lo que pretende este partido político (como en general los demás). Subyace sin embargo un cierto romanticismo basado en la tesis de Schopenhauer, quien, desde su concepción filosófica, habla de la realidad como pura voluntad. Una voluntad general que se autoafirma y que trata por todos los medios de contener el dolor. Un dolor que no es sólo mío, sino de todos. Y así entramos en un entretejido nodal de compasión. El mundo está regido por una fuerza irracional (neoliberalismo, mercados, etc.) que causa dolor. Y ahí se inspira Podemos. Y quizá también en este aspecto radique su éxito al conectar con la desazón de una parte de la población.

Será, sin embargo, Nietzsche quien, como buen observador, saque las consecuencias prácticas de las intuiciones de Schopenhauer, con su voluntad de poder. El mundo es voluntad de poder y nada más. Pero las cosas no son así. Sin voluntad, no seríamos nadie ciertamente; pero no basta sólo con la voluntad. Hay que poner cabeza, inteligencia. Salir del sofisma para penetrar en las realidades circundantes. Si no, se queda en pura soflama. Y no hay nada más radical que la propia realidad, contra la que uno puede hincar los cuernos de su voluntad, pero sin lograr traspasar; es más, lo único que puede salir de tal empellón es un buen chichón.

Más que podemos, podríamos sería el vocablo adecuado. Podríamos significa que si nos ponemos a ello y creamos las condiciones adecuadas, es posible que podamos. Pero hay que entender este podríamos en sentido polisémico, no unívoco. Pues, en caso contrario, todo el que no esté en línea con Podemos, la voluntad general de poder (del pueblo, se sobreentiende) sería, por lo mismo, enemigo del pueblo. Y esto sí que sería peligroso. Estaríamos a las puertas de un nuevo radicalismo de partido único, una única cosmovisión, una única postura, una laicicracia, palabro que acabo de inventar. Podríamos, pero con el concurso de todos, al menos todos los que queremos una sociedad sana, participativa, honesta€ y esto no se regula sólo por leyes, códigos éticos o reglamentos: o se es o no se es. Porque hecha la ley, hecha la trampa. No todo es cuestión de voluntad, sino también de inteligencia.