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Maleni como síntoma

Escucho a la vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones confirmar su renuncia al cargo echando pestes salvo de ella que, por supuesto, es estupenda. Bueno, estupenda es poco.

Magdalena Álvarez no se va porque lleve un año imputada en el asuntillo ese de los eres de cuando la mujer era consejera de Hacienda en su patria chica, no. Ni porque el mes pasado dicha imputación fuese ratificada, tampoco. Dimite porque el acoso al que está siendo sometida resulta insufrible y no desea que semejante táctica haga mella «en el banco», en ella y, «sobre todo, en España». O sea que se va y, encima, hay que agradecérselo. Un convencimiento que nutre su raíz en que aquí, dentro de la casta „que se jodan„, nadie tiene la obligación de dimitir aunque todas las sospechas del mundo, testimonios y hasta las pruebas se ciernan sobre la actuación llevada a cabo en el ejercicio de una tarea en la que se administran fondos públicos, lo cual no quita para que la propia juez Alaya esté sometida a juicio del que a ver cómo sale parada al cierre del proceso.

En lo que coinciden quienes conocen a ambas de cerca es en que una y otra son de armas tomar. La más protagonista hoy, exministra de Fomento con Zapatero, ha vuelto a corroborarlo al despidirse de cara a la galería retando al pepé a que «me guarde el sitio „en el banco„ para cuando se declare mi inocencia». También dijo que se irá a descansar y que después retomará su puesto de inspectora de Hacienda. Ella no entenderá que esto suene igualmente retador, pero suena. Y, en cuanto a la confianza del contribuyente, perverso.

Hace tiempo que Maleni dejó de estar en el candelabro pero, cuando lo estuvo, era superior a sus fuerzas que la confundieran con Celia Villalobos. Y, sin embargo, el problema ahora es para Celia.

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