ues ya está. La mujer que ocupa la sexta posición en la sucesión a la corona renovada para unos nuevos tiempos tiene plaza en el banquillo de los acusados. Delitos de fraude fiscal y blanqueo de capitales, una semana antes de que cientos de miles de españoles vean acceder a sus cuentas al ávido ministro Montoro para el primer pago del impuesto sobre la renta de este año. Felipe VI lo sabía cuando hablaba de ejemplaridad en la institución que encarna, en el reciente discurso de proclamación ante las Cortes. Pero ha esperado, como el resto de nosotros, lo inevitable, y ahora le tocaría mover ficha si desea representar algo más que la efigie de los próximos sellos. Hay muchas maneras de entrar en las enciclopedias, y Cristina de Borbón lo hará como el primer miembro de una dinastía reinante juzgada por serios delitos contra el dinero público. No basta con eliminar a la hermana del rey de la web de la Zarzuela, de la sala regia del Museo de Cera y de la lista de invitados a la primera comunión de la princesa Leonor. Se espera una acción más contundente del joven monarca que ha aguardado su turno durante 46 años, y recibe en seis días el primer revolcón serio. Para nosotros, majestad, sería un alivio que la pareja que rendirá cuentas por actuar contra el bien común dejara de llevar en su dignidad el nombre de Palma de Mallorca. Eso para empezar.

Acostumbramos a leer entre líneas lo que se cuece en palacio. Los portavoces autorizados llevan meses diciendo que Felipe y Letizia han cortado todo vínculo con los Urdangarin. Sin embargo, la menor de las hijas del rey Juan Carlos, viajó el jueves pasado a La Zarzuela desde su exilio en Ginebra para festejar en privado la entronización de su hermano. O sea que el valiente Juez Castro ha procesado a una española que duerme en palacio, incluso ahora, y que goza de hilo directo con la primera autoridad del Estado.

La renuncia de la infanta procesada a sus derechos dinásticos no puede esperar, por respeto a un pueblo que se comporta de manera ejemplar. Si se la aparta de la agenda oficial de la casa real, cómo no alejarla de la sucesión. También se consideraba una quimera la abdicación de Juan Carlos I y ocurrió.