Pasados los días de la abdicación y subsiguiente entronización del nuevo rey, y cuando ya parece que deja de plantearse, de alguna manera, la disyuntiva entre monarquía o república, queremos significar los valores de conciencia social, educación universal, libertad de pensamiento y respeto mutuo, con los que algunos identificamos los ideales de la Segunda República española, que determinados líderes sociales, independientemente de la ideología de cada cual, incluso de la forma de gobierno, trataron de trasladar a la ciudadanía, que la Guerra Civil interrumpió brutalmente, y que ahora resulta difícil, cuando no imposible, recuperar. Entre otros, para evitar caer en maniqueísmos, la búsqueda compartida de la verdad. Así, Antonio Machado: «¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla». O mejor, todavía, vamos juntos a buscarla.

Quienes encarnaban aquellos valores sustentaban distintas ideologías, aun cuando alguno de ellos, como el presidente Azaña, lo manifestara explícitamente con las siglas de su partido, Acción Republicana. O, en Valencia, Unión Republicana o Unión Republicana Autonomista, partidos sucesivos de Vicente Blasco Ibáñez, uno de sus principales exponentes. Hoy, todavía, se encuentran, en los hogares de muchos valencianos, las obras completas del novelista, adquiridas por algún antepasado, entre otras razones, por la veneración sentida hacia su líder político. Como por el Manuel Azaña intelectual, Premio Nacional de Literatura por su trabajo sobre Juan de Valera, quien pretendió la modernización de España, tropezando con dos de los obstáculos más difíciles de superar, en aquellos días: la Iglesia y el Ejército. Al tiempo, tratando de vencer las dificultades de un problema no resuelto: «el problema español», como lo calificó en la conferencia que impartió en Alcalá de Henares y hoy más actual que nunca por las reivindicaciones nacionalistas en Cataluña o el País Vasco.

Valores que encarnaban, entre otros, Indalecio Prieto „«socialista, a fuer de liberal», según sus propias palabras„ o Julián Besteiro, antibelicista, contrario a la pena de muerte que le llevaría a dimitir, y persona de exquisita neutralidad cuando ocupó la presidencia de las Cortes Constituyentes. Catedrático represaliado, tras la guerra, como Juan Negrín, médico canario, profesor de quien sería más tarde superior general de los jesuitas, Pedro Arrupe, e injustamente denostado por depositar en Rusia las reservas de oro del Banco de España, al carecer del apoyo de las democracias próximas. O, en Valencia, el rector de la Universitat, el médico Juan Peset, presidente de Izquierda Republicana, quien pagaría con su vida la lealtad a unos principios éticos y la actitud consecuente con unas ideas; o Juli Just, ministro de Obras Públicas, exiliado a México, a cuyo hermano, Andrés, empresario, tuve la suerte de conocer.

También, Francisco Giner de los Ríos, quien trató de elevar el conocimiento y extender las posibilidades para acceder al mismo a través de la Institución Libre de Enseñanza, donde se formó Besteiro; o la Residencia de Estudiantes, donde coincidieron, Buñuel, Dalí, Lorca, entre otros; o el Instituto Escuela e Instituto Obrero, que vino a ocupar, en Valencia, los locales del colegio de San José de los jesuitas, cuando a éstos les fueron confiscados en 1932. En este Instituto estudiaron jóvenes valencianos como Ricardo García Cidoncha, quien, ya adulto, empresario de joyería, expresaba su admiración por las enseñanzas allí recibidas. También Ramón Cerdá, expresidente de la Feria de Valencia, mostró siempre su admiración por Giner de los Ríos, haciendo suyas las palabras que Antonio Machado le dedicó: «Allí el maestro un día soñaba un nuevo florecer de España». Eran valores que Besteiro expresaba en un tono conciliador, desoído, y Azaña en tres sencillas palabras: «paz, piedad, perdón». Bienvenido sea el nuevo rey en cuanto en su labor, representativa, entronque con aquellos valores perdurables que la Guerra Civil interrumpió en su desarrollo.