Quizá sea el momento de ponerse a la cola, un poco con rictus de león marino y la espalda enhiesta y desafiante, al estilo de Alfonso Díez, pero sin el hueco trabado de antemano en el brazo para la tarde húmeda y para pasear. Con tanta línea de sucesión en movimiento, uno no puede aspirar a otra cosa en este país que a subirse los calzones y soñar con ser infanta u hombre fuerte de provincias de algún partido en descomposición. En España, el único lugar de Europa en el que para prosperar hace falta prestarle más atención a la cerveza y al chascarrillo que al libro y la contabilidad, la única escalera social que sigue funcionando es la del compadreo.

El universo se expande en todas partes menos en la península, donde ocurre justamente lo contrario, con grandes senderos de oferta pública que nunca salen del recorrido minúsculo y en espiral de los grupos de amigotes en el que se divide el poder. Más que de distribución a lo Montesquieu

„ejecutivo, legislativo y judicial„ en España la sopa boba se contrae y los cargos se reparten en función de la cercanía o de la habilidad para hacer pasillo o resultar ingenioso con la copa de champán. Vivimos en un país en el que hasta a Churchill se le hubiera exigido la cuota indispensable de chistes y palmeos en la espalda para alcanzar un puesto de correvedile en la administración. O al menos, la pertenencia a mano armada a alguno de los lobbys más señeros, que en este país de democracia tan mal entendida, son los únicos que se han venido arriba hasta el punto de codearse en gestos y fincas con la aristocracia de la tradición. Ya ni siquiera se espera la pátina elegante del rubor.

Mientras el Gobierno acelera para extender la mandorla jurídica del aforamiento, se descubre que en el Tribunal de Cuentas, en teoría el organismo encargado de fiscalizar toda esta clase de corruptelas, trabajan más de cien personas con algún grado de consanguineidad. Si bien es cierto que el germen de la crisis responde más a sinvergoncerías estructurales que a la panda de mangantes que soportaba y sigue soportando el sistema público, que también, no lo es menos que en un país con la meritocracia tan astillada es imposible modelar algo sensato. Ni siquiera para aparentar en las cumbres. Total. Fiasco total.