La muerte de Ana María Matute me ha recordado la importancia de la palabra. Porque fue una escritora muy leída poco más de la inmensa minoría se habrán acercado a su obra, no os hagáis ilusiones y porque ella misma la valoraba: «La palabra es la alarma de los humanos para aproximarse unos a otros. La palabra es lo más bello que se ha creado, es lo más importante de todo lo que tenemos los seres humanos. La palabra es lo que nos salva».

Joan Maragall, del que he tomado el título de esta columna, decía también que «la palabra es la cosa más maravillosa de este mundo, porque en ella se abrazan y confunden toda la maravilla corporal y toda la maravilla espiritual de la Naturaleza».

La Real Academia Española propone en su diccionario la primacía de una definición gramatical para la palabra «palabra»: «Segmento del discurso unificado habitualmente por el acento, el significado y pausas potenciales inicial y final». Una definición con la que quizá no estuviera demasiado de acuerdo la académica Matute. Y es que «palabra» viene de «parábola» que significa «narración de un suceso fingido, de que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral».

Porque la RAE hace tiempo que perdió el norte, reduciendo su amplitud de miras: limpia de consonantes el idioma, cada vez más dominado por vocales, a lo castúo, dialecto caracterizado por su tendencia a perder consonantes. La RAE fija, que es tanto como decir siguiendo sus dos primeras acepciones de la voz «fijar» «hinca, clava (?), pega con engrudo o producto similar». La RAE se da esplendor a sí misma.

Rosa Olivares encabezó así un artículo reciente: «Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero parece que hay palabras y palabras. Ya sabemos que en el principio fue el verbo, es decir la palabra. Y que con las palabras construimos nuestro mundo, mucho más acertadamente que cuando lo hacemos con ladrillos».

Hace veinte años, Leopoldo Chiappo, en el tercer aniversario de la fundación de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, manifestaba: «Y es que la palabra, altísimo valor de la cultura, testimonio exclusivo de humanidad, sello de distinción, exigencia de ética, brillo de la inteligencia, sazón de elevado buen gusto en la experiencia de la vida, norma de civilidad y de educación en las relaciones y en la conducta humanas, digo que la palabra corre peligro. Sí, señores, la palabra corre grave peligro de deterioro y de adulteración, de abuso y de falsificación, de indiferencia, que es lo peor. Y elogiarla es defenderla y defenderla es preservarla».

Nadie mejor para defenderla y preservarla que los poetas: «Escribo / en defensa del reino / del hombre y su justicia. / Pido la paz / y la palabra. / He dicho / 'silencio', / 'sombra', /'vacío' / etcétera. / Digo / 'del hombre y su justicia', / 'océano pacífico', / lo que me dejan. / Pido / la paz y la palabra» (Blas de Otero). Yo también me las pido.