Renfe ha colgado unos carteles éticos: «Civismo = no apoyar los pies en los asientos». A un filósofo como el menda „lector asiduo de obras tipo Manual de civismo de Victoria Camps„ le da la impresión de que su mundo proviene de otra galaxia.

Mal andará el país cuando da lecciones de ética una empresa ferroviaria. Imagínense a un taxista psicoanalizando a sus pasajeros. O a un psicólogo que recoge con su coche a los pacientes. Algo desencaja, ¿no?

Hete ahí que comparto vagón con una incívica choni. Sus patas reposan sobre otro asiento, desafiando no sólo a Renfe, sino toda dosis de urbanidad o ética mínima.

En una suerte de dos por uno de la ordinariez, la rústica mozarrona rebuzna a su novio en una intentona de conversación telefónica, profiriendo basta terminología como «tío», «flipa» o «rayado». Escupe sus chocarreras palabras mientras muerde el auricular de su emepetrés.

Ajusticiando a tamaña zafia diré que vestía perfectamente conjuntada. Una cosa es la falta de ética, otra la de estética, ¿verdad?

La escena concluye con otra situación ilógica. Al advertir la presencia del guardia de seguridad, la susodicha choni corrige su descaro. Ahora resulta que la conciencia cívica se activa al paso firme de un tipo con cachiporra.

El Ministerio de Educación emperrado en educar a esta generación de cabritos y, a final de cuentas, su sistema pedagógico se nutre de la lógica del vil garrote. ¡Ver para creer!

Comprendo entonces que los docentes estamos de más. Ni Adela Cortina, mi mentora, ni José Antonio Marina, ni Javier Urra, ni leches. La actualidad se rige por un civismo de saldo.