Hace unos años, los viajes en verano se limitaban para la gran mayoría de españoles a aquellos sitios a los que nos podía llevar nuestro coche. ¿Coger un avión? Fuera de presupuesto „y de ganas„ excepto en ocasiones realmente únicas o especiales. Veíamos llegar a turistas de bolsillos cargados, un filón potencial para nuestra economía, que respiraba gracias a un sistema en el que los de fuera sustentaban a los que se quedaban tras la pausa estival. Es curioso observar cómo en apenas unos años la realidad de varias generaciones, tal vez las más próximas a las herramientas digitales, tiene poco o casi nada que ver con la de aquellos años no tan lejanos. Porque ahora las compañías «lowcost» y también las que no lo son tanto permiten llegar a puntos antes inimaginables casi al mismo precio que otros a la vuelta de la esquina. Las alternativas a los hoteles son cada vez más y con más garantías. Y las sensaciones de que realmente vivimos en un mundo a nuestros pies son mayores gracias al conocimiento al alcance de nuestra mirada que nos proporciona Internet. Todo ha cambiado, todo sigue cambiando, a una velocidad que rompe la sociedad en estratos más o menos cercanos a lo que la tecnología facilita para unos y dificulta para otros.

Nos hemos venido acostumbrando a esa mezcla de deseos entre lo conocido y lo desconocido, a mirar cara a cara a los foráneos de temporada, conscientes de que ahora los aviones vuelan en los dos sentidos también para nosotros. Hemos aprendido a comparar lo de fuera con lo propio, exigiendo cambios que sumen a lo bueno que ya tenemos lo mejor que creemos encontrar más allá de los Pirineos. Queremos crecer al lado del cambio, y en ello las posibilidades de conexión que proporcionan las nuevas tecnologías de la información tienen mucho que ver en la transformación de la realidad que estamos viviendo. Y es precisamente esto que tenemos tan perfectamente asumido en nuestra faceta individual lo que muchas veces choca con nuestros intereses estáticos en nuestra otra cara, la de trabajadores o empresarios. O, al menos, nos saca de nuestra zona de confort, aquella donde el cambio no cabe si no es fácil y cómodo.

En la actualidad y en algunos sectores desde hace tiempo, el auge de la conectividad, de la conversación y del 2.0ismo están suponiendo una modificación en la búsqueda de soluciones del consumidor, que ha decidido tumbar las barreras que el mercado le había instaurado para hacer así su propia revolución, factor que tiene una especial importancia y visibilidad en la forma en la que vivimos el verano. El transporte, la hostelería y el pequeño comercio son los campos de actividad que más viven la incursión de nuevas posibilidades de competencia, con encendidos debates sobre si aferrarse a la idea de una estabilidad destruida, o tratar de cambiar con el cambio. El primero, rasgado en sus precios por otras posibilidades que llegan para abaratar costes eliminando elementos que el nuevo perfil de usuario empieza a considerar superfluos; y de ahí surgen compañías baratas, alternativas al taxi o sistemas de viaje compartido. Los hoteles han visto multiplicar camas en casas de particulares, o incluso sillones sin precio en habitáculos de desconocidos. Y el pequeño comercio, a escuchar la voz de empresas que reclaman mayor flexibilidad de apertura para equilibrar el sistema con lo que ya existe fuera. Tres sectores en alerta en su faceta de negocio, pero que casi como seres bipolares entendemos en mayor profundidad en la realidad que vivimos como turistas allende las fronteras. Un momento complejo, que requiere de una mentalidad abierta.