Como en la serie de pinturas negras del genio Goya, en los asuntos de Bankia, de Bancaja y Caja Madrid, vamos de mal en peor. Si en su día nos enteramos de que Blesa, de palabra y por escrito, se mofaba de los preferentistas, y mas tarde que los preferentistas profesionales institucionales y avezados inversores en importantes cantidades recibieron a tiempo el soplo de la alta dirección para librarse de esta lacra de subordinadas ahora las investigaciones en marcha nos confirman lo que las malas lenguas ya nos decían: que aparte de los inmerecidos y escandalosos sueldos que se habían concedido los directivos de Bankia, además contaban con tarjetas de crédito negras, blacks u opacas con las que desaforadamente defraudar a la propia Caja que dirigían y al erario publico. Y este es precisamente el hecho diferencial español; no solo hemos sufrido los letales efectos del hundimiento de Lehman Brothers y la banca islandesa, sino que además se nos pincho la burbuja inmobiliaria y la puntilla nos la dieron los dirigentes de las Cajas de Ahorros.

Si, esos directivos políticos y sindicales, que no profesionales del sector financiero, que a partir de la Ley de Cajas de 1985, coparon los sillones de la banca publica hasta acabar estafando a sus clientes de toda la vida con aviesos productos tipo preferentes y subordinadas y, como hemos visto, terminar hundiendo estas tradicionales instituciones o Cajas de carácter netamente social, en la inmundicia de la incompetencia, de los créditos sin retorno a los amiguetes, y en la corrupción generalizada.

De ahí que en España los efectos de la crisis hayan sido especial y particularmente hirientes y devastadores. Nuestra magna y galopante corrupción, o la picaresca de la cosa publica, como ingrediente autóctono singular, nos ha sumido en esta zozobra tan nuestra y sin fin, en que este episodio de las tarjetas no es mas que otra estampa negra de las que sin duda hubiera dado buena cuenta el acerado pincel de un Solana o de un Goya.