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Un problema de rentas

Si parafraseamos a Marx, un fantasma recorre Occidente desde el inicio de la crisis: el declive de las clases medias. El último en referirse a ello, aprovechando la presentación de su libro en castellano, ha sido Thomas Piketty, el economista francés que ha puesto el foco en el incremento de la desigualdad en las sociedades occidentales. Y algunos datos parecen avalarle: desde 1990, la clase media no crece y, en algunos países, baja de manera preocupante (en EE UU, ha pasado del 30 % al 20 % del total).

Como era de esperar, el malestar de dichos estratos ha tenido traducción política en numerosas zonas, aunque las respuestas al problema común hayan variado: ascenso de la extrema derecha y del populismo (Frente Nacional, en Francia; Movimiento 5 Estrellas, en Italia; UKIP, en Gran Bretaña); de la izquierda radical (Syriza, en Grecia y, como veremos pronto, Podemos, en España) o del soberanismo (Escocia y, sobre todo, Cataluña).

Y es que, como han apuntado algunos expertos, el problema que sufre la mayoría de países occidentales no está tanto en el escaso crecimiento, en el riesgo de deflación o en la falta de demanda, sino en el desequilibrado reparto de rentas: mientras impuestos y beneficios han crecido (especialmente, en grandes empresas y en cotizadas bursátiles, ayudadas por la expansión monetaria), los salarios reales no han parado de caer (incluso en el recuperado EE UU, cuyas rentas familiares se sitúan en niveles del año 2000), erosionando el bienestar del grupo que estabilizaba a Occidente.

Debido a la falta de alternativa al actual modelo, hay quien cree que la población se resignará (una caída del PIB del 25 % en Grecia no ha generado ninguna revolución, por ejemplo). Pero se parece demasiado a apostar a la ruleta rusa: a veces, la bala sale del cargador.

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