Es un clamor. Hay un temor creciente entre empresarios y gente de la economía acerca de cuanto nos ocurre, hacia dónde vamos y con qué instrumentos vamos a capear el temporal. Estamos en una fase que se aproxima al sentido de la «revolución silenciosa» que propugnó Gramsci, el teórico de la eclosión cultural, como una etapa en la aproximación democrática a los resortes del poder. Vivimos tiempos de surrealismo político cuando el poder que representa Mariano Rajoy, el del Estado central, se revuelve contra el poder que corresponde a Artur Mas en su galaxia catalana. Fiscales contra fiscales, diputados frente a parlamentarios, el espectro de la derecha periférica frente a los conservadores de Madrid. La izquierda sin saber la parcela que le corresponde. La confusión hecha de encargo que dolía al poeta Antonio Salinas.

El conflicto catalán nadie sabe cómo va a acabar y la onda expansiva se dejará sentir por todas las Españas y Portugal. La decisión inducida del fiscal general del Estado, Torres Dulce, de querellarse contra Mas, aproxima en mayor medida la independencia a Cataluña. El resto de Europa tampoco se librará de las consecuencias de un desencuentro gestado entre facciones adversas, jaleadas por sus adeptos y carentes de aptitud para el pacto y el entendimiento.

La versión valenciana del sinsentido se refleja en el sainete, con ribetes dramáticos, ante la sensación de vértigo que produce el vacío audiovisual. La televisión „¿por qué no radio? ¿qué pasó con la estafa de las TDT alentadas por Esteban González Pons?„promovida por el presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, frente al trasnochado sueño del Consell de Alberto Fabra para reconstruir el destrozo de la radiotelevisión valenciana, extinguida en una operación desafortunada más del Gobierno valenciano. Si cerrar es malo, peor es abrir en falso. Aquí lo que no convence ni estimula es que nos perdamos entre TeleRus y TeleFabra, mientras las cifras de actividad productiva y de desempleo son las que las que nos sirven las estadísticas a diario en el desayuno. Un 33 % de índice de pobreza, el más alto de España y casi 800.000 valencianos en pobreza extrema, no nos habrían de permitir dormir con la conciencia tranquila.

Nuestros protagonistas de la actividad económica están exhaustos y confusos ante un panorama que, por mucho que discurra por los caminos de la rebeldía silenciosa, bloquea cualquier indicio de recuperación y normalidad. Para reponer las cosas en su sitio necesitaríamos, como el aire que se respira, la existencia de entidades, instituciones, organizaciones, entes intermedios de la sociedad, que fueran susceptibles de actuar como urdimbre sobre la que rehaga y se retroalimente la actividad productiva y económica. Está demostrado que el renacer económico no es posible sin el impulso del pensamiento, de la investigación, de la creatividad, de las ideas y de la cultura. El recién estrenado Premio Nacional de las Letras, Emilio Lledó, ha advertido estos días que «la verdadera riqueza es la cultura».

En diciembre de 1995, tras aterrizar Eduardo Zaplana en la Generalitat, volvió a Valencia el historiador Josep Fontana para participar en el homenaje a Vicent Ventura, cuando se le concedió la medalla de la Universitat de València y dijo claro en el Paraninfo de La Nau que a los valencianos les convenía descubrirse a ellos mismos, mientras criticaba agudamente las actitudes posibilistas que descabalgaron la defensa de los principios, «cosa que, com l´experiència histórica demostra, dona excel·lents rendiments a curt termini però acaba mol sovint portant a perdre, a llarg termini, tant el poder com els principis». Se refería a la debacle electoral del PSPV-PSOE de Joan Lerma, entonces ya ministro en Madrid.

Estamos despertando de un letargo de veinte años de hegemonía del PP, en los que hemos sido incapaces de reflexionar con éxito sobre los fundamentos de convicción civil sobre los que necesariamente se ha de construir cualquier proyecto político valenciano. Vemos que se debate en diversos foros, con la improvisación que nos caracteriza, sobre la industrialización „tan solo un espejismo„ y sobre ese asunto importante, que es una respuesta válida para aclarar de qué vamos a vivir los cinco millones de valencianos durante los próximos veinte años. Falta saber si la Fundación Cañada Blanch y los lobbies de la Asociación Valenciana de Empresarios y Nexus, por sí solos, cuentan con la suficiente solvencia moral y académica para hacer despegar a este país. No queda más remedio que lanzar la vista atrás, aprender de aquellos que se vieron marginados injustamente por defender los principios y, como dijo Fontana, «un nou projecte polìtic valencià necessitarà molt més gruix d´acord col·lectiu en els seus fonaments». Tampoco se requiere mucho esfuerzo para evitar errores: saber leer, entender lo que se lee y comprender que un pueblo que reniega de su historia reciente, con dificultad llegará a ninguna parte.