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Pánfilo

Tiene más prestigio viajar a Marte que viajar al latín, aunque en uno y otro caso se viaja por las mismas razones: para conocer nuestros orígenes. De continuar cayendo como vienen cayendo las humanidades, pronto será más difícil hallar la etimología de una palabra que encontrar un virus en la Luna. Ayer mismo un amigo me confesaba, alborozado, el descubrimiento de que la palabra «pánfilo» significa, etimológicamente, «amigo de todo». Creo que lo había escuchado en la radio.

En efecto, el vocablo procede de los términos griegos «pan» (todo) y «filo» (amigo). Si buscamos la palabra en diccionario de la RAE, dice: «Cándido, bobalicón, tardo en obrar». Quiere decirse que ha ido degenerando, aunque no tanto: los cándidos, los bobalicones y los tardos en obrar suelen ser amigos de todo. Diríamos que son gente curiosa. Mi amigo es un poco pánfilo, de ahí que disfrute tanto con el origen de una palabra como con el origen de la vida.

En un baremo recientemente publicado sobre las carreras universitarias que más «salidas» tienen, las humanidades no aparecen ni de lejos. Viene a ser como si de las especialidades médicas despareciera la cardiología. El ser humano es tan inexplicable sin el corazón como sin la Odisea o la Divina Comedia. No es necesario que todo el mundo haya leído estas dos obras como no es preciso que todo el mundo conozca el funcionamiento del corazón. Pero debe haber gente que se ocupe de una cosa y de la otra. Incluso, ya puestos, debería haber filósofos, también en estos momentos a punto de extinguirse.

Admiramos a quienes se lanzan al espacio en busca de una explicación sobre los comienzos del sistema solar, pero olvidamos que tal explicación, si llega, nos será ofrecida por medio de las palabras. Debe de ser muy complicado conducir una nave espacial, pero no es menos arduo conducir una lengua, al menos si le exigimos la misma precisión que a la nave. La sonda Philae estuvo a punto de fracasar por aterrizar a un kilómetro de distancia de lo previsto en el cometa donde ahora se muere de frío. Las ideas fracasan también por falta de precisión, porque no están bien expresadas. Una frase mal construida no llega como debe al encéfalo del receptor. Etcétera.

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