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Matías Vallés

El anestesista Rajoy

El presidente del Gobierno Mariano Rajoy duerme al enfermo durante horas, lo despierta sin haberlo sometido a ninguna intervención quirúrgica y le pasa la factura.

El presidente del Gobierno duerme al enfermo durante horas, y lo despierta sin haberle sometido a ninguna intervención quirúrgica. Pese a ello, le cobra escrupulosamente la operación. Ante la lógica protesta del paciente despierto que no adivina cambios apreciables en su salud, Rajoy vuelve a dormirlo, de nuevo a buen precio. Y así durante cuatro años. Ha reemplazado la proverbial operación sin anestesia por la anestesia sin operación. Este proceso cíclico permite que el presidente del Gobierno desempolve medidas contra la corrupción de su partido que ya enarboló años atrás, pero se olvidó de ejecutar. El inmovilismo presidencial no ha impedido un cambio sustantivo de sus posiciones. Ha pasado de gobernar tumbado a dar tumbos.

Bruselas se ha sumado al barullo de la oposición parlamentaria española, al denunciar que el anestesista Rajoy se dispone a incumplir la única promesa electoral vigente, el ajuste del déficit. Esta cifra debía remarcar la seriedad previsible del PP, frente a las ocurrencias irresponsables de Zapatero. La opinión pública no esta preparada para asimilar a un Rajoy ocurrente. La caída del último bastión macroeconómico solo será otra «cosa», en la exquisita retórica de un presidente del Gobierno que ha convertido su hegemonía parlamentaria en una minoría absoluta. Ya no puede indultar ni a Fabra, se ve obligado a desprenderse de Ana Mato, está tapiado para aprobar su ley contra el aborto o para ordenar la elección obligatoria de alcaldes del PP. Con la perspectiva que solo sedimentan los años, se comprobará que el mandato de Rajoy expiró en la temprana fecha de marzo de 2012. La defunción coincide con el fracaso en las andaluzas de su inseparable Javier Arenas, el hombre que más elecciones ha perdido en la historia de España.

El anestesista Rajoy no ha conquistado el poder, sino que ha caído en su trampa. Para presumir de conservador, conviene tener algo que conservar, y la desidia del presidente del Gobierno puede lograr que Cataluña acabe en la carpeta de Asuntos Exteriores. En cuanto a las medidas contra las prácticas dudosas, ya se las aplican los jueces sin pedirle consentimiento, en lo que el indeciso Rajoy debe considerar un alivio. Para compensar, ha logrado un consenso de los partidos sobre la corrupción, y en contra del PP. El jueves buscó en el hemiciclo complicidades para los crímenes de su formación, un reparto que salpique homogéneamente a todas las siglas. Su confuso discurso parlamentario obligaba a plantear cómo puede explicarse quien no entiende lo que está sucediendo a su alrededor.

En un caso genérico, el anestesista Rajoy no desea eliminar los sobresueldos, solo aspira a que no le creen problemas. Inyectaba para ello generosas dosis de sedantes en vena, pero los pacientes se han habituado y ya no obedecen al tratamiento. El estribillo de Podemos enfatiza la devolución del miedo a sus causantes. En realidad, el nerviosismo ha cambiado de bando. El grado máximo de apasionamiento que admite el presidente del Gobierno fuera del estadio es la irritación. El berrinche se palpaba en su nerviosa intervención parlamentaria, al cargar como de costumbre contra los medios de comunicación que insisten en mantenerse despiertos sin interrupción.

De poco le ha servido a Rajoy su consagración como el primer inquilino de la Moncloa que alinea en su favor al plenario de la disciplinada prensa madrileña. En las últimas semanas se han diluido los heraldos periodísticos del «excelente manejo de los tiempos» por parte de Rajoy. Si la trapisondista designación de Cañete ya recondujo la citada estimación hacia la caricatura, la destitución judicial de Ana Mato ha dinamitado cualquier elogio estratégico. El líder del PP pudo enmascarar la salida de la ministra de Sanidad en la crisis del ébola, con lo cual hubiera borrado los vínculos con la corrupción. Por supuesto, acabó postergando la medida hasta el día siguiente.

Rajoy está nervioso porque el paciente se muestra alerta pero estable. Ni siquiera puede refugiarse en los brotes de violencia que derriten la gelidez de sus huestes para movilizarlas hacia las urnas. El votante es conservador, en especial el de izquierdas, y el anestesista de La Moncloa no calculó que los ciudadanos abandonarían los cauces trillados para despeñarse por la pulsión contestataria, de momento solo hacia Podemos. Uno de los peligros de la desigualdad que ha alentado el Gobierno reside en que los vencidos por la crisis son inferiores en número a los vencedores, a la hora de efectuar el recuento electoral.

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