Opinión
Juan José Millás
Estadísticas
La vida es corta y tiene más relleno que una almohada. Entre todo ese relleno, aparecen grumos de sentido. ¿Cuántos? Pocos. Es verdad que un solo acto puede justificar una existencia, pero ha de tratarse de un acto algo heroico, ¿no?.
De vez en cuando, a alguien se le ocurre hacer cálculos sobre esto o sobre lo otro. Se publicó recientemente uno según el cual los españoles permanecen al volante una de media de 11 días por año. Alguien que antes de fallecer hubiera conducido, pongamos por caso, 50 años, se iría al otro mundo con una experiencia notable. Podría sustituir a Caronte. Bien, hay asimismo cálculos acerca de cuántas horas de nuestra vida pasamos frente al televisor, en la cama, en el metro, en el mercado, en la cola del cine, en la sala de consulta del dentista, cocinando, cuidando el jardín, leyendo, haciendo un trabajo que detestamos, etcétera. Usted mismo puede buscar las estadísticas en Google e ir haciendo sumas. Pero no se lo aconsejamos. Viene a ser como cuando calculamos nuestro presupuesto de gas, de electricidad, de agua, de transporte, de ocio Jamás salen las cuentas. Siempre gasta uno más de lo que gana. Es mejor, en fin, no saber.
Si al final de la vida, en el lecho de muerte, se nos apareciera un ángel, con un libro de contabilidad en la mano y nos informara del tiempo que perdimos en afanes inútiles, nos quedaríamos tan horrorizados como si alguien nos dijera lo que gastamos al mes en tabaco y gin tonics. La vida es corta y tiene más relleno que una almohada. Entre todo ese relleno, aparecen grumos de sentido. ¿Cuántos? Pocos. Es verdad que un solo acto puede justificar una existencia, pero ha de tratarse de un acto algo heroico, ¿no?, de un acto verdaderamente digno. No tiene por qué ser grande, ni escandaloso, puede pertenecer al ámbito privado, incluso al íntimo, pero su calidad debe quedar fuera de toda duda. Que se te aparezca el diablo, por ejemplo, y te ofrezca la muerte de aquella persona que más odias a cambio de un pellizco de tu alma. Si tú le respondieras que aquellos a los que odias tienen todo el derecho a existir, habrías justificado seguramente tu vida entera, habrías dado sentido a las horas que pasaste frente al volante, frente a la tele, tirado de cualquier forma en el sofá, o rellenando los huecos de la bonoloto (en el caso de que la bonoloto tenga huecos).
Pero el diablo se aparece poco y jamás te hace propuestas tan ventajosas. De aparecerse más, sería uno de los grandes proveedores de sentido.
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